No lo
entiendo. Y lo intento, de verdad que lo intento, pero no logro entenderlo. Y
me indigno, y me enfado, y siento cómo una gran pena que se adueña de mí. Y después de la pena entra el miedo, lentamente, pero con pie firme.
Y esto
me pasa demasiadas veces desde hace ya tiempo. Esta mañana, sin ir más lejos,
cuando he oído al “Molt Honorable President de la Generalitat de Catalunya”
decir muy contento que sí asistirá al partido de la Copa del Rey porque un juez
ha autorizado a que los hinchas del Barça entren al estadio sus banderas, la
mar de constitucionales ellas, y a renglón seguido ha cargado contra la
delegada del gobierno porque al intentar
prohibirlas ha conculcado derechos democráticos, pidiendo su cese inmediato;
cuando le he oído decir esto, y me ha venido la imagen de cómo, la semana
pasada, el "Molt Honorable..." avalaba públicamente la visita al Parlamento catalán de un asesino, con
cuyo nombre no quiero ensuciar mi blog, me ha dado un "subidón” de indignación y un "bajadón" de pena y miedo que… flipas. Me ha parecido algo de un cinismo
inaudito, de una incoherencia rayana en la demencia. Y eso es lo que me da pena y miedo, ese cinismo descomunal, esa incoherencia radical que nos aboca a la fractura social.
Si damos por sentado que lo
que la señora Dancausa ha hecho es atentar contra la democracia y la libertad
de expresión, creo que está bastante claro que el otro individuo atentó también
contra la democracia, contra la libertad de expresión y además contra el
primero de los derechos humanos, el de la vida, de mucha gente. Y su único
lugar en la sociedad, ahora, si tuviera vergüenza y conciencia, debería ser un
rincón de silencio y olvido. Por respeto a los que ya no pueden ver la luz del
sol por culpa de su delirio.
Y la una
ha de ser cesada y el otro, que tiene la osadía de seguir en la vida pública, todo el derecho a ser recibido en el
Parlamento catalán. No lo entiendo.
De verdad que no le entiendo señor Puigdemont. Sigan
ustedes por ese camino. Están abriendo la caja de Pandora. ¡Qué pena y qué miedo!
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