Ha
sido bonito. Un momento realmente bonito. Y en educación, hoy en día, no hay
tantos momentos que valga la pena compartir con la alegría de haber pasado un
buen ratito.
En
segundo de secundaria, en literatura, hemos estudiado a Bécquer y, entre otras
tareas, debían aprenderse una rima y recitarla a los compañeros. Y lo han
hecho, lo han hecho muy bien. Han vencido el apuro de plantarse delante de la
clase y recitar un poemita de memoria. Hemos pasado un buen rato.
Y al
final, como habíamos estudiado también qué es una elegía, para acabar “el
recital”, les he leído ese poema maravilloso que Miguel Hernández dedicó a su
amigo Ramón Sijé cuando murió.
Previamente
les he hablado del poeta de Orihuela, de su ansia de saber, de su pobreza, de quién fue para él Ramón Sijé, de
su vida breve, de su muerte injusta, como tantas otras en aquellos años
terribles. Les he hablado también de los dos recitales que con compañeros suyos
hicimos en el “cole”, hace ya mucho tiempo, y en los que recitaron también el
poema.
Y he
empezado: "En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón
Sijé, con quien tanto quería".
Recitaba
yo despacio, con sentimiento de lo que decía. Y ha sucedido “el milagro”. El
silencio era absoluto. Y era un silencio natural, no impuesto por autoridad alguna.
He percibido cómo, de algún modo, era el propio Miguel Hernández, el pastor
poeta, el que ha entrado en clase y, a través de mí, les hablaba de su dolor
por el amigo perdido. Sí, miraban y escuchaban de verdad. Y era para mí un
placer infinito sentirme en ese momento entre mis alumnos, como cuando momentos antes recitaban ellos a Bécquer.
Y al
final, cuando Miguel Hernández llama a Ramón Sijé diciéndole, "a las
desalentadas amapolas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar
de muchas cosas, compañero del alma, compañero", ha seguido un silencio breve, roto por un aplauso espontáneo, discreto, contenido.
Sí, ha
sido muy bonito. Aquí tenéis el poema entero.
Yo
quiero ser llorando el hortelano
de la
tierra que ocupas y estercolas,
compañero
del alma, tan temprano.
Alimentando
lluvias, caracolas
y
órganos mi dolor sin instrumento
a las
desalentadas amapolas
daré
tu corazón por alimento.
Tanto
dolor se agrupa en mi costado,
que
por doler me duele hasta el aliento.
Un
manotazo duro, un golpe helado,
un
hachazo invisible y homicida,
un
empujón brutal te ha derribado.
No hay
extensión más grande que mi herida,
lloro
mi desventura y sus conjuntos
y
siento más tu muerte que mi vida.
Ando
sobre rastrojos de difuntos,
y sin
calor de nadie y sin consuelo
voy de
mi corazón a mis asuntos.
Temprano
levantó la muerte el vuelo,
temprano
madrugó la madrugada,
temprano
estás rodando por el suelo.
No perdono
a la muerte enamorada,
no
perdono a la vida desatenta,
no
perdono a la tierra ni a la nada.
En mis
manos levanto una tormenta
de
piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta
de catástrofes y hambrienta.
Quiero
escarbar la tierra con los dientes,
quiero
apartar la tierra parte a parte
a
dentelladas secas y calientes.
Quiero
minar la tierra hasta encontrarte
y
besarte la noble calavera
y
desamordazarte y regresarte.
Volverás
a mi huerto y a mi higuera;
por
los altos andamios de las flores
pajareará
tu alma colmenera
de
angelicales ceras y labores.
Volverás
al arrullo de las rejas
de los
enamorados labradores.
Alegrarás
la sombra de mis cejas,
y en
tu sangre se irán a cada lado
disputando
tu novia y las abejas.
Tu
corazón, ya terciopelo ajado,
llama
a un campo de almendras espumosas
mi
avariciosa voz de enamorado.
A las
aladas almas de las rosas
del
almendro de nata le requiero,
que
tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero
del alma, compañero.
Que bonito y es que las cuestiones del alma son universales!
ResponderEliminarMomentos como el que cuento en esta entrada son los que echo de menos en la jubilación.
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