Oí por
casualidad, el otro día, la palabra Stalin. Stalin me llevó a Antonio Machado. Y
Antonio Machado, con este poema suyo, a la reflexión que hoy comparto.
¡Oh Rusia, noble Rusia, santa
Rusia,
cien veces noble y santa!
Desde que roto el báculo y el
cetro,
empuñas el martillo y la
guadaña,
en este promontorio de
Occidente,
por estas tierras altas
erizadas de sierras, vastas
liras
de piedra y sol, por sus
llanuras pardas
y por sus campos verdes,
sus ríos hondos, sus marinas
claras,
bajo la negra encina y el
áureo limonero,
junto al clavel y la retama,
de monte a monte y río a río
¿oyes la voz de España?
Mientras la guerra truena
de mar a mar, ella te grita:
¡Hermana!
En el
año 1937, el bueno de don Antonio Machado, a quien profeso profundo respeto y
gran admiración, escribió, en Valencia, este poema titulado A Rusia. Un grito
de auxilio, en plena guerra, llamando a Rusia, a la Rusia de Stalin, uno de los
mayores asesinos de la historia… Lo entiendo y lo disculpo.
Sí,
entiendo y disculpo a Antonio Machado. Eran otros tiempos y había otras
circunstancias históricas. ¿Oyes la voz de España?, dice. Y Rusia, o no la oyó,
o la oyó pero no acudió a la llamada con la premura y contundencia suficientes
como para cambiar el curso de la guerra.
Y
ahora viene la pregunta. ¿Qué hubiese sucedido entonces? Nadie se atreve
todavía, y ya ha pasado mucho tiempo, a responder con honestidad, más allá de
prejuicios y viejos rencores, a esta pregunta. Más aún, nadie se atreve ni a
formularla. Y hacerlo sería un sano ejercicio de historia contrafactual o
alterna, que así se llama.
Pero
yo estoy convencido de que, hasta que no seamos capaces de hacérnosla y de responderla,
sin miedo, sin complejos, no podremos crear un futuro de auténtico progreso. Es
ésta una de las maneras de reconciliar las dos Españas, atreverse a hacer este
ejercicio que a continuación voy tan sólo a esbozar.
Antes
que nada hay que decir alto y claro, que lo que nunca debería haber sucedido
fue el golpe militar que inició la contienda. Pero en segundo lugar, habría que
admitir que, rotas las reglas del juego (hoy también hay quien quiere
romperlas) el desenlace, fuera el que fuera, pasaba por un baño de sangre y por
una dura posguerra. Una posguerra en solitario (los amigos de los vencedores de
aquí, perdieron su guerra en el mundo), o una posguerra “ayudados” por Rusia.
Sabemos
lo que pasó, una posguerra en solitario. No es muy difícil imaginar lo que
hubiera pasado. Y desde luego no hubiera sido la fiesta de la libertad una
posguerra a la sombra de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, a la
que tan ingenuamente imploraba ayuda Machado.
Y esa
ingenuidad, hoy pueril; esa falta de entendimiento de la historia vista ya con
perspectiva, ese rencor de los vencidos transmitido como veneno de padres a
hijos, impide una verdadera y necesaria reconciliación.
Reconciliación
para la que habría que entender con la razón y aceptar con el corazón este planteamiento
que ya he hecho. Que dado aquel momento histórico, ningún desenlace nos hubiera
traído a corto y medio plazo, justicia, libertad y una paz que no fuera la del
miedo de unos u otros. Y no justifico con esto los errores, los horrores, los
abusos de los vencedores. Pero no caigo en la ingenua sandez de creer que un gobierno
“amparado” por la Rusia de Stalin y con la II Guerra Mundial en marcha, hubiera
convertido a España en el país de las maravillas de Alicia. ¿Qué posibilidades
realmente teníamos de que aquellos años no hubieran sido oscuros,
independientemente de quién ganara la guerra?
Y otra
cuestión importante es que en ambos bandos hubo gentes honestas, buenas gentes,
que lucharon y dieron la vida por un ideal en el que de verdad creían. Y nadie
que lucha por lo que cree, hasta el punto de jugarse la vida y perderla, merece
trato distinto por el hecho de salir vencedor o caer derrotado. Que después de
una guerra no se entienda esto tiene un pase. Que más de 75 años después siga
sin entenderse, es de vergüenza.
Asumir esto cabalmente cambiaría muchas actitudes, derribaría muchos muros, disolvería
muchos prejuicios, tendería muchos puentes. Nos quitaría el peso de un pasado
oscuro que no nos deja nunca acabar de levantar el vuelo.
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No se puede poner en plano de igualdad el fascismo y el antifascismo, no se puede tener equidistancia entre democracia y fascismo, en España sufrimos el fascismo, hasta eldía de hoy, no sufrimos nigún Stalinismo, ni comunismo, la equidistancia es cruel y malvada
ResponderEliminarNo hay posible acuerdo entre tu planteamiento y el mío. Yo tengo claro que no hay peor ciego que el que no quiere ver, que es lo que pienso de ti, y tú pensarás lo mismo de mí. Por lo tanto tú te quedas con tu verdad y yo con la mía, y por eso mismo, ninguna de la dos es la verdad.
ResponderEliminarYa lo dice Machado.
¿Tú verdad? no, la verdad;
y ven conmigo a buscarla.
La tuya guárdatela.
Y aunque sea cada uno por nuestro lado, deberíamos seguir buscándola, porque yo, tras releer mi entrada y reafirmarme en lo que digo, no estoy cerrado a otras posibles perspectivas. Las sigo buscando.