Saludamos cordialmente y les dejamos marchar, claro. |
"Gente endiablada y descomunal, dejad luego
al punto las altas princesas que en ese coche lleváis forzadas, si no,
aparejaos a recibir presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras".
Así
habla don Quijote, en el capítulo 8, plantado en medio de la calzada, a un par
de frailes y un coche escoltado por unos jinetes y unos mozos de a pie.
Y eso
mismo me vino a la cabeza hacer ayer por la tarde, cuando andando por un
solitario camino de los montes de Liría, bajo un cielo muy gris, amenazando
lluvia, vimos venir hacia nosotros unos carros tirados por caballerías bien enjaezadas,
ocupados, no por princesas forzadas, sino por unos señores bastante normales.
El
ambiente de la tarde fosca, la soledad de los montes, el silencio roto por los
cascos de los animales sobre la tierra y el tintineo de las campanillas con que
iban adornados, me trasladaron a aquellos tiempos del ilustre hidalgo.
Pero
no estábamos en La Mancha, ni yo soy don Quijote, ni como he dicho había
princesa alguna y mucho menos forzada, imagino. Lo más probable es que fueran aborígenes
de Altura o Segorbe, cruzando la sierra, de camino a la romería de la Virgen de
los Desamparados.
Saludamos
muy cordialmente a la comitiva y me reí pensando qué hubiera pasado si para
sorpresa de todos y la mía propia, me hubiese plantado en medio del camino y
enarbolando la vara de madera con la que acostumbro a caminar por los montes, hubiese
gritado: ¡gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas
princesas…!
En
fin, fue solo un pensamiento divertido. Hoy por hoy no he perdido aún el juicio
como para eso. Pero sí, hubiese sido divertido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario