No
quería enterarme de nada de la estúpida e innecesaria campaña electoral que
estamos viviendo, pero no ha sido posible. El juego es tan sucio, tan
inverosímil, la manipulación tan descarada, que no me puedo aguantar, y
escribo.
Hace
dos años hablan en privado el ministro del interior y el jefe de la oficina
antifraude en Cataluña. Se realizan, de aquella conversación, grabaciones,
evidentemente ilegales, y estas grabaciones duermen hasta hoy en algún lugar,
con intención de ser útiles a alguien en el momento oportuno. Son los hechos, ¿no?
Y ese
momento oportuno parece ser que fue ayer, a cuatro días de las elecciones, supongo
que al constatar las encuestas el repunte del PP.
Y
todos, indignadísimos, pidiendo dimisiones, ¡claro! Y frotándose las manos
pensando a donde irán a parar esos votos que el PP va a perder, debido al
escándalo.
¿Qué
no hay nadie con sentido común en este país? ¿Qué no hay honestidad? ¿Qué no existe
ya ninguna capacidad de crítica ni de reflexión? Yo entiendo que si en aquel
momento, hace dos años, de un modo ilegal, se detecta algo reprobable, deberían
haber ido a juicio, entonces, los que ilegalmente escucharon y los que realizaron
las confabulaciones delictivas escuchadas, fueran quienes fueran.
Ahora,
a quien habría que juzgar es a quien escuchó ilegalmente y a quien sabiendo lo
que se tramaba, suponiendo que se tramara algo, no lo denunció en su momento,
por encubrimiento.
Lo de
ayer es manipulación de los ciudadanos. Es un
juego muy, muy sucio. Es un delito. Esto no nos puede llevar a nada
bueno. Con situaciones como éstas, la política se sitúa totalmente al margen de
la ética. Totalmente. Y eso tiene siempre gravísimas consecuencias.
Y una
cosa tengo clara. Si hubiera sucedido lo mismo con otro partido me parecería
igual de mal. Me indignaría igual. Me cabrearía igual. Me daría el mismo miedo.
Las mismas ganas de largarme de este país si pudiera.
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