Andando
por el monte sin correr, con calma, con ojos para el suelo y el cielo, lo
grande y lo pequeño, lo lejano y lo cercano; con oídos para el viento y el
silencio; con conciencia del aire que respiramos, nos podemos encontrar con
imágenes, sonidos, aromas sorprendentes, a menudo inesperados.
Hoy
comparto un par de fotos de unas humildes flores, cuyo nombre desconozco, que
salen en la pura roca, desafiando al sol, al viento y a la sequía, y que me
parecieron muy hermosas.
Estaban
allí, en su roca, para quien quisiera mirarlas. Se escuchaba, a lo lejos, el
murmullo apagado del ajetreo cotidiano en un pueblo de la sierra. Olía a pino, a
romero, a tomillo…
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