FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

martes, 19 de febrero de 2019

Estas cosas me abren la jaula.



Entre las muchas agresiones que nuestra lengua está sufriendo, quiero destacar una que me parece extraordinariamente grave, pues no solamente tiene una causa vergonzosa, sino unas consecuencias devastadoras. Hablo de la simplificación, e incluso eliminación de las reglas de ortografía, como algunas mentes obtusas proponen.
El motivo que esgrimen es muy sencillo; hacer más fácil el acceso al lenguaje. Es decir, en vez de esforzarse por facilitar el acceso al conocimiento y uso de la lengua, simplificamos ésta y así podrán acceder todos mejor. Y aún se creerán, los muy imbéciles, que eso es inclusivo. ¿Es que tienen nuestros niños ahora menos capacidad que tenían los niños de hace 50 años?
Y además las consecuencias serían devastadoras. Por una parte consagraría, una vez más, la ley del mínimo esfuerzo en el proceso educativo, lo cual es inadmisible, aunque es lo que ciertos partidos políticos llevan haciendo años. Y por otra parte arrasaría la razón de por qué motivo cada palabra se escribe como se escribe. Porque detrás de la ortografía late la historia de todas y cada una de las palabras, y esa historia no solamente es muy bella, sino que aporta elementos esenciales de nuestra cultura que quedarían en el olvido, y al final morirían. Como ha muerto el futuro de subjuntivo.
Hay además motivos neurológicos y lingüísticos muy sólidos que demuestran la necesidad de la ortografía para un uso eficaz y adecuado del lenguaje.  Sobre este asunto podéis leer un interesante artículo que salió en el País el 16 de enero y que reproduzco a continuación.
Pensando en todo esto se me ha ocurrido comparar el lenguaje a un bosque antiguo, de estos que siguen casi intactos, donde el equilibrio entre todos sus elementos alcanza la perfección. Esta insensata propuesta, como otras, equivaldría a un monstruoso incendio forestal en ese bosque, que dejaría sólo el esqueleto calcinado de los árboles y el suelo lleno de cenizas. Claro que ese bosque quemado sería más accesible, más simple, pero no habría vida, y su futuro sería el desierto.
Así, todos más contentos, y sobre todo más tontos, ¿no? Sólo la ignorancia, la incultura, la estupidez pueden avalar planteamientos de este tipo. Y hay que estar muy atentos para no creer en los mensajes simplones y políticamente correctos con los que, desde determinadas ideologías, intentan convencernos de semejantes aberraciones.
Como todo bicho viviente tengo mi dosis de violencia interna debidamente enjaulada. Estos asuntos me incitan a abrir la jaula. Si un profe de estos “modernillos ellos” me dijera que es una tontería la “h” de la palabra hermoso, y que habría que quitar esa y todas para que los niños no se líen, pobrecitos… le soltaría un sopapo, por imbécil.
No es correcto hacerlo. Ya lo sé. Y llegado el momento, probablemente no lo haría, pero sentiría un golpe de sangre en la cabeza y unas ganas infinitas, casi incontenibles, de abrir mi jaula y soltar al mal bicho que todos llevamos dentro.
Y es que tanta sandez, satura.

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Aquí tenéis el artículo del que os he hablado. Es de Ignacio Rodriguez Alemparte y se publicó como una opinión, el 16 de febrero, a la pregunta lanzada por el periódico de qué opinas sobre la abolición de la ortografía. Como si fuera esto un asunto opinable. ¡Qué atrevida es la ignorancia! ¡Y qué flaco servicio a la cultura hacen a veces los periódicos!

Broca y Wernicke

El cerebro usa dos rutas para leer: el área de Broca (lóbulo frontal) y el área de Wernicke (lóbulo temporal). La primera hace una conversión grafofonológica, mientras que la segunda reconoce la palabra atendiendo a su aspecto. Esta última ruta es más rápida y adquiere más importancia cuanto más experto es el lector. Por eso los lectores principiantes silabean, mientras que los avezados leen varias palabras de un golpe de vista. Es posible hacerlo porque gracias a la ortografía las palabras siempre se escriben igual. Es fácil darse cuenta si tratamos de leer un texto plagado de cambios ortográficos. Veremos cómo nuestra velocidad lectora cae enormemente.
Higual uz te no ze lo qree aun ke quisa hesté vreve i esa jerado hegemplo se ha balido.
Bloqueada la ruta de Wernicke, el cerebro no reconoce las palabras y debe identificar sus fonemas uno a uno, silabeando igual que hace un niño. Abolir la ortografía haría que cada cual escribiese cada palabra “como le suena” y nos entorpecería a todos la lectura. También a las personas supuestamente “discriminadas” por la ortografía, a las que dificultaría aún más el acceso a la cultura. Parece más sensato exigir una escuela pública de calidad para todos que suprimir la ortografía.
Dicho esto, estoy de acuerdo en discutir si las normas que hay son mejorables. Por ejemplo, si es preferible mantener la “h” de “hierro” o sería mejor escribir “ierro”, “yerro”, “yierro”, “llerro”, “llierro” o sus correspondientes con erre simple. Son 12 variantes. Podemos decidir cuál preferimos, pero, a partir de ese momento, todos deberemos escribirla igual. Y lo único que habremos hecho es sustituir una norma por otra, que igualmente habrá que aprender.
Vista la necesidad de unas normas y las variantes que la escritura fonológica puede producir, parece razonable mantener las que existen, que son, en gran parte, producto de la etimología. La “h” de “hierro” es el rastro genético que dejó la “f” de “ferrum”. Saberlo permite entender, por ejemplo, por qué decimos “cloruro férrico”. Es una realidad muy bella de las lenguas que no se debería despreciar con tanta ligereza.

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