Evocando
aquel atardecer, en agosto del 83, a más de 3000 metros, en el Pic Brulle,
sobre el Circo de Gavarnie.
Cuando
las nubes arrancan a las montañas de sus raíces, y se asemejan éstas a
arrecifes perdidos en un mar extrañamente ingrávido, los que tenemos el
privilegio de presenciar el espectáculo, sentimos siempre la certeza
inmensamente gratificante de haber podido penetrar, una vez más, en un reino
mítico, remoto, casi prohibido, accesible tan sólo a unos pocos hombres.
Siempre
he deseado eternizar estos momentos de pura contemplación, y he soñado con
vivir sobre las nubes, más allá de la historia, al borde de la vida.
Porque
sé que allá abajo, esta luz, este silencio, esta quietud, esta pureza absoluta,
no existen jamás; porque sé que aquí abajo el horizonte es siempre estrecho,
siempre limitado por lo inmediato.
Vi
atardecer desde los 3093 metros del pico Central de la Cascada, sobre el Circo
de Gavarnie. Vi cómo el sol caía entre costas irreales, proyectando sombras en
un blanco mar caótico, rosado y violeta más tarde, gris al fin.
Era
julio y un frío intenso envolvía la hora solemne y callada. Una helada y suave
brisa enturbiaba la vista, difuminando a lo lejos las montañas de poniente que
aún retenían las últimas luces de aquel día de verano.
El macizo de Vignemale se eleva al fondo, sobre las nubes. |
Abajo de las nubes está el Circo de Gavarnie. A la izquierda el Taillon, mi primer tresmil. |
En la cima del Pic Brulle contemplo el atardecer. |
Mi piolet, que aún conservo. |
Los Astazus quedan bajo de nosotros. |
Las nubes caen en cascada sobre el Balcón de Pineta. |
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