Me
hablaba una buena amiga a la que conozco, como quien dice, de toda la vida, del
cansancio que le produce seguir trabajando en educación en los tiempos que
corren. Os hablaré primero de ella para que entendáis mejor lo que me decía.
Es una persona con
una gran preparación profesional por haber desempeñado su labor en su centro en diversas
tareas bien diferentes, trabajadora incansable, entregada siempre a sus
alumnos en cuerpo y alma, creativa, comprometida, responsable y con una larga
experiencia. Y no digo más para que no se me ponga roja cuando lea esto.
Pues
bien, dadas estas cualidades, la han asignado en su centro a un equipo de
innovación, eso tan de moda ahora en educación. En una de las reuniones de este
equipo, y hablando de cómo hacer los grupos de alumnos para una determinada
actividad, uno de sus jóvenes compañeros, muy serio y sesudo, le dijo heterogéneos, y siguió muy puesto en lo
suyo.
Ella
se quedó de pasta de moniato, que dicen por aquí, porque esa respuesta era tan
obvia, tan evidente, que sólo se podía dar desde la prepotencia más detestable
y el más contundente desprecio al compañero.
Y me
decía, estoy harta. No todos, pero muchos de los jovencitos que están entrando
(su colegio es muy, muy grande) vienen con una prepotencia, una soberbia y un
convencimiento de que nada de lo hecho hasta ahora tiene valor alguno, y de que
hay que cambiarlo todo y ya, que da nauseas. Están convencidos de que nadie ha
educado antes como debe hacerse. Y van en plan rompe y rasga, aquí estoy yo
porque lo valgo.
Muchas
teorías que se las dan de científicas, no siéndolo ninguna; mucha nueva
tecnología, como si el cómo fuera más importante que el qué; muchos palabros en
inglés para designar cosas que se han hecho toda la vida, pero que por
llamarlas en inglés son innovación; muchos acrónimos para que la pedagogía
parezca una ciencia, cuando ni lo es ni lo será nunca; y una filosofía de la
educación, quien la tiene, que no es más que ideología aplicada al arte de
manipular niños. En el fondo, una abrumadora ignorancia de lo que es educar.
Ignorancia
y como guinda del pastel un ansía descomunal de “prosperar en el negocio”, de
afianzarse en la plaza aunque, eso se entiende, son jóvenes y han de buscarse
pronto la vida; y esto un buen trepa lo tiene más fácil que una buena persona.
La
experiencia no cuenta, no sirve. Y quien la tiene, o se le ignora o, si molesta,
se le arrincona. Y ahí está ella, con una amplísima experiencia, viendo como
casi nada de lo que están haciendo ahora en su centro tiene ni pies ni cabeza,
sin saber muy bien ya qué hacer. O seguir al pie del cañón, intentando que haya
un poco de cordura, o dejarse arrastrar por “un progreso” que en realidad no lo
es, y vivir tranquila. Pero tiene conciencia y no puede hacer esto.
Estoy
convencido que en educación hay tres pilares básicos. Uno es la experiencia;
otro, la relación con el alumno; y otro, la filosofía de la vida y del hecho de
educar, que el profesor tenga. Lo demás viene después.
Quizá
la primera innovación que nos hace falta es reconocer esto. Reconocer el inmenso
valor de la experiencia, la trascendencia de la relación personal entre el
maestro y sus alumnos, y la importancia absoluta de conocer qué filosofía tiene
éste para garantizar que el acto docente no sea manipulación. Pero claro, para
esta innovación ni hacen falta las pseudocientíficas teorías de los gurús de
moda, ni las nuevas tecnologías, ni los palabros en inglés, ni los acrónimos
por doquier.
¡Animo
buena amiga! Tu compañero no imaginaba que tú, que puedes ser su madre, y que
ya educabas antes todavía de hacerlo como profesional, ya sabías que 3+3=6. Y
te lo dijo. Sólo fue eso, una obra de misericordia. Habrá pensado ¡Estos
abueletes…!
No hay comentarios:
Publicar un comentario