Habría
que recordar que, a lo largo de la historia, si los excesos de la llamada
derecha han provocado millones de víctimas, no menos lo han hecho los excesos
de las llamadas izquierdas.
También
habría que recordar que estos excesos, tanto de unos como de otros, han
conducido a terribles dictaduras, algunas de las cuales todavía subsisten.
Y
también habría que recordar que los valores cívicos más básicos, tales como la
tolerancia, el respeto a la pluralidad, a la libertad de expresión, a los
resultados de las elecciones, han sido pisoteados sistemáticamente tanto por las
derechas como por las izquierdas cuando han radicalizado sus planteamientos.
Y todo
esto y más habría que recordarlo en un país como el nuestro que como
consecuencia de una guerra civil y una dictadura de derechas, sigue escorado emocionalmente
a la izquierda. En esto no hay razonamiento, no hay discernimiento; hay
emoción, hay sentimiento. Y esto último es tan manipulable…
Un
país que no se espanta cuando el presidente del gobierno socialista, que pacta
sin reparo alguno con la extrema izquierda, dice que con la extrema derecha no
se puede ir ni a la vuelta de la esquina, es un país vulnerable a cualquier
atrocidad, tanto de un lado como del otro. No, señor Sánchez; con ellos no,
pero con los otros tampoco.
Lo que
está en juego con esta situación es ni más ni menos que la libertad y la
democracia, que nunca se han llevado bien con los extremos, con ninguno. ¡Ojo!
con ninguno.
Y con
el país dividido, como antaño, en dos bloques bien enfrentados, está claro que
para llegar a La Moncloa habrá que pactar o con un extremo o con el otro.
Lamentable y peligroso.
Pero los
partidos moderados no serán capaces de ponerse de acuerdo para no pactar con los
extremos. Sería el modo de que los radicales quedaran como la necesaria voz de
unas minorías que a veces tienen razón, y que pueden tener sitio en el
parlamento, pero que nunca deberían llegar al poder, ni directamente ni entre
bambalinas. Esto requeriría una madurez política que por estas tierras no
existe. Ni creo que vaya a existir.
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