FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

lunes, 25 de febrero de 2019

Whymper, Carrel y el Cervino.

El Cervino, desde las proximidades de donde estábamos acampados la primera vez que lo vi.

Es la historia de la conquista del Cervino, o del Maternhorn, de 4778 metros, una de las más conmovedoras que conozco. Y eso que la relación entre la montaña y el hombre ha tenido y tiene muchas historias conmovedoras.
Es esta una de las montañas más hermosas de los Alpes. Aunque mi nivel de escalada no me ha permitido alcanzar su cima, sí he podido disfrutarla desde montañas vecinas y desde su misma falda, donde estuve acampado varios días. Es la belleza en estado casi puro.
Los protagonistas son dos hombres singulares, Whimper y Carrel, inglés e italiano respectivamente. Whimper alcanzó su cima por la arista de Hörnli, en Suiza, el 14 de julio de 1865. En el descenso, 4 de los 7 participantes en la ascensión murieron despeñados. Gloria y tragedia muy juntos.
Mientras tanto, por la arista italiana, la arista de Lion, Carrel estuvo a punto de llegar el mismo día. Terrible coincidencia, pues él quería que la primera ascensión fuera desde su valle. Después de años de intentos, por unas horas, le habían arrebatado su montaña. Decepcionado, regreso al valle sin hacer cima, cuando ya la tenía al alcance de la mano.
Whimper no volvió nunca al Cervino. Siguió su carrera de alpinista por el mundo, donde logró otras primeras ascensiones, acompañado en ocasiones por Carrel con quien siguió manteniendo estrecha relación. De hecho, algunos de los intentos los hicieron juntos, sin embargo el del día de la conquista no coincidieron.
Pero, ¿qué hizo el italiano? Tres días después, el 17 de julio, volvió a su montaña e hizo la segunda ascensión, la primera por la arista de Lion, mucho más difícil. Y a su montaña dedicó el resto de su vida. La volvió a subir 53 veces, que se dice pronto.
Su última ascensión la hizo como guía, acompañando a una cordada. Salieron el 23 de agosto y les sorprendió un temporal. Tuvieron que pasar dos noches en terribles condiciones. El descenso fue durísimo, pues el frío intenso, el viento y la nieve impedían toda visibilidad y complicaban cualquier movimiento. Sólo su extraordinario conocimiento de la montaña y su experiencia les salvaron. Al fin salieron de las paredes y llegaron a los pastos superiores, ya fuera de peligro. Había salvado a su cordada, y entonces allí, al pie de su montaña, se desplomó sobre la nieve y murió. Tenía 61 años. En ese lugar una cruz recuerda su hazaña.
Esta historia siempre me ha gustado por muchos motivos. Uno de ellos es que creo que deja muy clara las dos formas que ya entonces, igual que hoy, había de relacionarse con las montañas. El que las conquista y el que las ama.
Whimper conquistó. Carrel, amó. Conquistar es llegar, dejar tu sello, e irte a otra parte. Ya está todo hecho. ¿Para qué volver? Amar es llegar, dejar también tu sello, pero luego, volver y volver y volver, ¿por qué no? Volver a estar, a admirar, a contemplar…
Yo me identifico plenamente con Carrel y sé que, en los tiempos que corren, esta forma de acercarse a las montañas es cada vez menos frecuente. Pero es la mía. No quiero conquistar, quiero conocer; no quiero llegar antes, quiero llegar; no quiero batir nada, quiero estar. Y siempre saborear la vida, gozarla intensamente, pues en las montañas es más honda, más alta..., más vida.

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