Evocando
una semana larga, pasada en el Parque Nacional de Aigües Tortes, en Agosto del
87, entre sarrios, lagos y crestas. Discretos y escurridizos fuimos parte de la
montaña. Nadie nos vio.
El
sarrio sigue trotando por pedreras y neveros, con lo cual aún podemos soñar con
una naturaleza virgen, como debieron conocerla aquellos pioneros, que se
adentraron en un mundo, para ellos, grande y misterioso.
En un
mundo mineral y severo también, donde el medio es poco propicio para el
desarrollo de la vida. Pero el sarrio es el latido biológico capaz de
animarlo.”.
D. Bidaurreta.
Sí,
ciertamente capaz de animarlo y de trasladarnos con él, a través del tiempo, al
Pirineo grande y salvaje que fue alguna vez.
He
visto ya muchas veces sarrios; he “tropezado” casi literalmente con ellos en
crestas y paredes; los he escuchado recostarse junto a mi tienda, y me he
dormido sintiendo su respiración, separado de ellos sólo por la levedad de la
lona; he visto sus despojos entre las rocas; y los he contemplado, símbolo mismo
de la vida, recortándose vigorosos sobre el cielo azul. Hasta sorprendí, a la
sombra de La Munia, en los albores del verano, a una hembra velar el cadáver
de su cachorro, nacido muerto.
Y
siempre, siempre me han transportado más allá del tiempo, en esa misma tierra,
muchos años atrás.
Y
cuando durante días han sido mi única compañía…
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