Escuché
el otro día en la radio a una señora que presentaba un encuentro internacional
de mujeres a las que, podríamos decir, las cosas les han ido bien en la vida en
una sociedad dominada por los hombres. No sé en qué ciudad española se hacía
este congreso; ni me importa, porque me dio toda la pena del mundo.
Los
modelos a presentar eran mujeres que en distintos ámbitos de la vida han tenido
éxito y alcanzado el poder, en lo suyo, claro, lo que les daba libertad. Este
era el pérfido planteamiento.
Las
palabras éxito, poder y libertad fueron reiteradamente utilizadas por esta
señora en la entrevista que le hicieron. Y pensé el daño que a mucha gente,
sobre todo joven, le puede ocasionar vivir con estas tristes metas.
De
entrada estoy convencido qué éxito y poder no suelen ir asociados a la
libertad. Más bien al contrario, la búsqueda de estos dos ídolos nos hace sus
esclavos, esclavitud que se hace fuerte cuando pensamos que los estamos alcanzando, porque nunca, quien va tras ellos, cree haberlos conquistado
plenamente. Y esa es una de sus condenas.
Además,
quien basa su vida en el éxito y el poder, si acaba lográndolo, es sobre el
fracaso de otros y el sometimiento de muchos, lo que ahuyenta cualquier posible
principio moral, y bienes como la felicidad.
Otra
cosa es que el éxito nos venga sin esperarlo, como consecuencia de nuestro
trabajo honesto y nuestro esfuerzo, y que el poder se nos otorgue muy a nuestro
pesar, en cuyo caso yo le llamo autoridad y se convierte en servicio.
No sé
si en este encuentro del que hablo, las féminas exitosas y poderosas,
brillantes modelos a seguir, tendrán esto claro. No lo sé. Lo que sí que sé es
que la forma de presentar el asunto que oí en la radio me daba escalofríos. Por
feo, sí; feo y peligroso. Porque eso hace daño.
Imagino
que estas cosas son parte de los inevitables excesos de la revolución feminista
que estamos viviendo. Pero veo muy triste que la mujer se iguale con el hombre
copiando lo más miserable y rastrero de una sociedad secularmente dominada por
los varones. Sociedad que ha tenido como dioses el éxito y el poder, lo que
supone dinero. Dioses que han exigido a lo largo de la historia, y que siguen
exigiendo, innumerables sacrificios humanos.
Era
una bonita esperanza que la mujer, con su lucha, alumbrara una sociedad diferente. Que esta justa y
necesaria revolución trajera aire fresco y rompiera de una vez por todas ese
modelo de macho dominante, poderoso, encumbrado en el éxito, elevado sobre las
ruinas de tantos que fueron derrotados en el combate por llegar a donde ellos
están. Pero no, parece ser que de lo que se trata, oyendo a esta señora que oí en la radio, es de igualarse a ellos, a lo peor de ellos.
Por
todo esto, aquella entrevista me dio toda la pena del mundo. Y me dije como
tantas veces, este no es el camino.
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