FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Insomnio de una noche de verano.


Insomnio de una noche de verano.


“Comprenda usted que son jóvenes”, dice por teléfono el policía a un vecino que a las cuatro o las cinco de la mañana llama desesperado buscando la protección de la ley…¡ya ves! infeliz.
Nadie duerme en casa. Los niños tampoco. La música a un volumen del todo innecesario, los gritos,  las risotadas, inundan el ambiente.
El botellón con “de todo”, faltaría más, se extiende por doquier. El “recinto oficial” queda pequeño y la juerga se desparrama. Ha venido “peña” de muchos sitios.
Todo es fiesta y al calor de la noche veraniega, de la música envolvente y machacona, del alcohol y “todo lo demás”, hay quien se divierte tocando los timbres de las casas, untando de mierda una fachada, orinando en una esquina, pintarrajeando una pared…
Y tienen, según ha dicho el policía, permiso para la juerga hasta las 5, las 6, las 7, como también deben tener permiso, de sus padres se supone, el montón de menores que se han añadido al evento.
Y el vecino, se jode, ¡claro! Tienen permiso de la autoridad y son jóvenes. Hay que comprenderlos. Quien más y quien menos hemos hecho cosas así, cuando éramos jóvenes. ¿Sí? ¿Seguro?
Y como no puede dormir, piensa, porque el vecino tiene algo de cultura, y piensa en cuando estudió a Thomas Hobbes, a John Locke, a Jean-Jacques Rousseau y recuerda que estos señores, ya en el siglo XVII y XVIII, dejaron claro, cada uno a su manera, que en una sociedad civilizada, el individuo renuncia a protegerse, a defenderse, a hacer justicia por sí mismo, a cambio de que el estado lo proteja, lo defienda, le haga justicia a través de los medios creados para tal fin, tales como legisladores, jueces, alguaciles etc… Es como un contrato, estudiaba. El contrato social, le llamaba Rousseau, o algo así.
Y al hilo de estos pensamientos, llega a una terrible conclusión. Si el estado, mediante las autoridades competentes y las fuerzas de seguridad de ellas dependientes, ha roto el contrato unilateralmente, ya no hay contrato. El contrato rige mientras ambas partes lo cumplan. Y una de ellas no lo ha cumplido. No, no lo está cumpliendo, se dice a sí mismo preso de la agitación. Y entonces, sintiéndose libre de ataduras contractuales, y responsable  directamente, muy a su pesar, de la defensa de sus derechos y de los de los suyos, se decide a salir a la calle aullando un grito de guerra, un rotundo y legítimo “¡estoy hasta los cojones!” No sabe muy bien a qué, pero no aguanta más.
Ve el horror en el rostro de su cansada esposa, escucha el llanto de sus hijos asustados. Es como una pesadilla. Pero entonces, desde lo más hondo de su ser, un principio moral, porque él sí tiene moral, superior a cualquier ley humana, a cualquier arrebato de cólera, a cualquier indignación por profunda que sea, le detiene y una voz le dice, “aunque tienes motivos para estar hasta los cojones y más, no salgas a la calle”,” un error no se borra con otro error”,  “al mal no se le vence con el mal”.
Y entonces, respira hondo, deja al jovenzuelo que está aliviando su vejiga junto a la puerta de su casa que acabe su faena, y se sienta a ver una del oeste, de esas que acaban con la victoria indiscutible y redonda del bueno y el triunfo de la ley…”pa compensar”.
No, no puede hacer otra cosa. Su mujer se tumba en el sofá rendida por la tensa vigilia forzada, los niños dormitan a ratos…aún son las 5 de la mañana…En la película aún lo está pasando mal el bueno.

                                                         

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