Me imagino que los discursos oficiales en todos los
colegios, tal día como hoy, hablarán de las ganas y la ilusión de afrontar un
nuevo curso…como cada año.
Pues no, un servidor no tiene ni pizca de ganas ni
mucho menos de ilusión. ¿Qué le vamos a hacer? Así de claro.
Alguien dirá, leyendo esto, que es que estoy
“quemao”. Yo creo que no. No es eso. Lo que pasa es que después de más de 30
años viendo cómo la clase política por una parte y la sociedad, en general, por
otra, han reventado literalmente el sistema educativo y han desprestigiado
hasta el extremo esta, en sí misma, maravillosa profesión, el sabor de boca que
se te queda es el que es, es el que muchos tenemos, el que muchos tienen aunque
no se atrevan a decirlo.
Sí, claro que tenía ganas de ver a mis compañeros, como
ganas tengo de ver a mis alumnos, y eso me alegra, pero punto. Es lo que
permanece y resiste; las relaciones profundas con muchas personas que a lo
largo de estos años tanto me han enriquecido y me han hecho y me hacen gozar…y
también sufrir, porque estas relaciones son el alma de esta vocación, de la
vocación de educar.
Y a la fidelidad a esta vocación, al sentido del
deber y la responsabilidad que ella me exige, es a lo que me aferro para seguir
ejerciendo una profesión que, en estos tiempos, califiqué hablando el otro día
con unos amigos, de extremadamente desagradable, pero maravillosa y dignísima
si conserva en su interior una verdadera vocación.
Por eso, aunque no tengo ni ganas ni ilusión de
empezar este nuevo curso, no me siento “quemao”, porque la vocación sigue viva
en mí como hace treinta años, aunque entre burocracias inútiles y abrumadoras,
mangoneos políticos, desprecio social, “puteo” institucional, persecución
judicial, manipulaciones mediáticas…la profesión me resulte ahora, de verdad, muy,
pero que muy desagradable.
Algún día, la gente se dará cuenta de que es suicida
para una sociedad hacer lo que han hecho con una de las profesiones más dignas,
más necesarias, más importantes y más bonitas. Se darán cuenta de que habrá que
reconstruirla, por el bien de todos. Y será una prioridad social.
Lo que ahora nos salva es que en muchos, muchos casos,
tras la profesión está la vocación. Y los que la conservamos “tiramos palante”,
agarrándonos desesperadamente a ella, tratando de serle fieles, de ser
coherentes en medio de la incoherencia, apoyándonos en los compañeros, que
pocos más apoyos tenemos, y sin perder de vista a nuestros alumnos que son
nuestra razón de ser.
Sería más bonito y fácil empezar con ganas e ilusión.
Ya lo he dicho, no es mi caso, como no lo es el de muchos. Es más difícil, mucho
más difícil empezar por fidelidad a una vocación, por fidelidad a los
chiquillos, a los jóvenes que tienen derecho a vivir en una sociedad mejor, en un mundo
mejor.
Sí, sería más fácil empezar así, con ganas e ilusión.
Sí, sería más fácil empezar así, con ganas e ilusión.
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