Hoy
han llegado a Santiago. Contentos, cansados, juntos. Han hecho cima, como
diríamos en términos montañeros. A fin de cuentas, una cima es el final de un
camino.
Y sé
que en muchos, esa alegría de llegar, por fin, a la plaza, de ver la catedral,
de sentirse entre amigos en ese momento, se habrá transformado en emoción, en
emoción intensa, en esa emoción que es difícil ocultar, incluso disimular.
He
llegado a muchas cimas en mi vida. Siempre es bonito, pero en algunas, he
sentido también esa emoción difícil de controlar. Y esto me ha pasado, sobre
todo, en esas que escondían toda una experiencia de vida detrás. Es entonces
cuando el llegar a la cima da sentido a todo lo vivido anteriormente. Por eso
uno se emociona. No tanto por la cima en sí, sino por todo lo que me ha llevado
a ella, por todo lo que he llevado a ella. Por lo que significa en ese momento, por lo que ya significaba antes de
partir.
Y esto
es lo que les pasa cuando van al Camino y llegan a Santiago. Esto es lo que,
una vez más, les ha pasado hoy. Cada uno con su vida, con sus ilusiones, con
sus problemas, con sus incertidumbres, con sus alegrías y sus tristezas, con el
cansancio físico del camino y con el otro cansancio, el de la vida, el de lo
duro de la vida.
Y allí
estás, en la cima, ante la catedral de Santiago de Compostela. Mirándolo todo
un poco desde arriba, desde lejos. Mirándote a ti mismo muy adentro. Y codo a
codo con los amigos que han compartido el Camino contigo. Amigos conocidos de
toda la vida, amigos breves del Camino que quizás no hablen ni siquiera tu idioma,
pero con los que te sabes ahí, en ese momento, en perfecta comunión.
¿Qué
tendrá el Camino? ¿Qué tendrán las cimas? Son camino. ¿Qué tendrán los caminos?
¡Benditos caminos!
¡Enhorabuena!
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