Será
que soy ya mayor. Será que estoy “chapao a la antigua”. Será que no me adapto a
los nuevos tiempos, pero lo que oí ayer en la televisión, esperando al tiempo,
me dio vergüenza y me cabreó. ¡Qué queréis que os diga!
El
señor Zidane soltó públicamente, no sé en qué momento, si en una entrevista, en
una rueda de prensa, o vete tú a saber cuándo, que la temporada, no sé cuál ni
me importa, había sido la hostia. Y se quedó tan pancho.
Cuando
cada noche, estoicamente soporto los deportes del telediario, para no perderme “El
tiempo”, lógicamente no hago ningún caso, pero el exabrupto me sorprendió, y
miré. Me salió del alma decirle, imbécil, más que imbécil.
En
primer lugar me parece una expresión de mal gusto, basta, soez, pobre, desagradable.
Una expresión perfectamente sustituible por otras muchas, muchísimas, que
indican lo mismo pero de un modo más normal, más elegante. Precisamente el
castellano es extremadamente rico para expresar con él cualquier pensamiento de
un modo correcto.
En segundo
lugar, veo una fuerte carga antieducativa. Para muchos niños y jóvenes,
desgraciadamente a mi parecer, las gentes del fútbol son modelos a imitar. Si
ese individuo, delante de toda España, dice semejante expresión, ¿por qué el
chiquillo no va a poder usarla en el ámbito privado? ¡Qué más da que papás y
profesores peleemos por que tengan un lenguaje correcto, adecuado a las
circunstancias! El taco, la expresión soez tiene su momento cuando hemos
perdido los estribos o el impacto nos descoloca. No antes, no en
cualquier sitio.
Y en
tercer y último lugar, la expresión es una blasfemia. Claro que, hoy en día, parece que ya no existen las blasfemias. Hace tiempo dejaron de sonar mal a
demasiada gente. Pero sigue habiendo personas a las que las blasfemias les molestan, les hieren, y están en su derecho. ¿O no? Entre liarse a tiros por una
caricatura de Mahoma y blasfemar públicamente, ante millones de personas, sin
recato alguno, creo que hay un término medio. El del respeto que todos merecemos.
Pero
bueno, es lo que hay. El endiosamiento de las gentes del fútbol, impulsado, no
por el deporte en sí, sino por las ingentes cantidades de dinero que mueven, los
ha elevado por encima del bien y del mal. Ya no tienen límites. Hace tiempo les
dijeron que eran dioses, y se lo han creído. Pero no lo son.
Desgraciadamente el fútbol y sus protagonistas hace años y años que se han convertido en el placebo del pueblo,y su distracción nos venda los ojos hacia otras cosas que nos deberían enervar más o simplemente hacernos disfrutar más.
ResponderEliminarUn pequeño consejo cuando empieza los deportes con el mando le quitas la voz.
ResponderEliminarEn mi caso particurar la apago en esa franja horaria.
Vivo mejor sin ver el telediario.