A mi
tío Vicente.
El día
de San José del año 1982, un soldadito llegó de Madrid en tren, por la
mañana, muy temprano. Cruzó el vestíbulo de la estación y salió a la calle. Le
recibió una falla, el olor a pólvora, el sonido inconfundible de alguna “despertá”
próxima, la música de una banda que se oía pero no se veía. El cielo era
azul, luminoso, hacía fresco. De camino hacia la plaza de San Agustín, pasó
junto al puesto de buñuelos de un casal, respiró hondo, muy hondo…Y aquel soldadito se
supo en su tierra, se sintió orgulloso de ella y entró en fiesta.
Aquel
soldadito era yo, y el recuerdo que acabo de describir lo tengo grabado, como
si de un lienzo se tratara, en mi memoria. Lo recuerdo con un lujo de detalles
asombroso. Me habían dado permiso en el cuartel para estar en mi ciudad el día
grande de las fiestas. Y era de agradecer, pues aún no había pasado ni un mes
desde el 23F, y el horno no estaba para bollos.
Quien
me conoce sabe que no tengo lo que podríamos llamar espíritu fallero. De hecho,
siempre que he podido, he aprovechado las fiestas para irme a Pirineos. Pero
eso no significa que las fallas no hayan estado siempre presentes en mi vida de
un modo muy especial.
Admiro
esos monumentos espectaculares destinados al fuego, con lo que ello simboliza, y
me encanta el ambiente de Valencia en fallas. Esa mezcla abigarrada de aromas,
colores, sonidos, sabores, envuelta en la luz limpia de la primavera casi
estrenada o en la gris, no menos bella, de las lluvias del equinoccio.
Por
eso me alegró mucho la noticia de que la UNESCO las haya declarado Patrimonio
Inmaterial de la Humanidad. Creo que de verdad lo merecen. Creo que se ha hecho
justicia a la fiesta. Pero además me alegra también por otros tres motivos que
quiero compartir.
El
primero de ellos es mi tío Vicente. Vicente Tortosa Biosca, artista fallero,
maestro mayor del gremio durante unos años, poeta y pintor. Dedicó su vida a
sus dos amores, las fallas y su pueblo, La Font de la Figuera. De él, de su
pueblo, de las fallas con él en Valencia, tengo gratísimos y entrañables
recuerdos de infancia y primera juventud. No puedo ni imaginar lo feliz que le
habría hecho esto. Y quiero creer que, desde allá donde nos esté mirando, sonreirá satisfecho.
El
segundo, ¿por qué ocultarlo?, por Rita Barberá. Más allá de consideraciones
políticas, de juicios públicos sin juez, de simpatías o antipatías personales
más o menos justificadas, ella amó las fiestas y tuvo mucho que ver con esta
declaración. Yo la veo como una especie de galardón póstumo, otorgado por quien
está más allá del ruedo ibérico y puede ver el panorama con más claridad. Por
unos días, no llegó a ver lo que, seguro, fue uno de sus anhelos. También la
veo feliz, ya desde muy arriba.
Y el
tercero es porque esta declaración es un espaldarazo que la fiesta necesitaba.
Alguien tiene que decir desde fuera que es una gran fiesta, y que debe ser respetada
y valorada. Hay quienes, con su ansia enfermiza de politizarlo todo, parecen empeñados en identificar las fallas con una ideología concreta. Yo lo he oído,
y no una vez, "las fallas son de derechas". No, ni de derechas ni de izquierdas,
las fallas han de ser la fiesta grande de la ciudad de Valencia, una ciudad donde
todos deben caber, donde la gente debe sentirse libre. Una fiesta que debe
quedar por encima de los vaivenes políticos. ¡Ojalá este reconocimiento ayude a
conseguir este loable objetivo! Que la fiesta sea lo que toda fiesta debe ser,
momento de encuentro, y si hay que cambiar algo para que así sea, hágase.
Así
pues, estoy contento de que las Fallas de Valencia sean ya Patrimonio
Inmaterial de la Humanidad. Y aunque la celebración del evento haya tenido que
ser aplazada por la lluvia, en buena hora sea. También el agua nos hace falta.
Quiero acabar estas líneas con un recuerdo agradecido y entrañable a todos los que han hecho posible que llegara este día, estén o ya no estén entre nosotros.
¡Mi
más sincera enhorabuena a Valencia, a los valencianos, al mundo fallero!
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