Amanecía
un domingo gris y lluvioso de diciembre, cuando Isabel, con unos compañeros y un
buen puñado de chicos y chicas de primero de bachiller, partía a Galicia para
hacer el Camino de Santiago desde Sarria.
Yo he
vuelto a casa, he encendido la estufa y, junto al fuego siempre acogedor, he
leído un rato, hasta el almuerzo. Después me he sentado a escribir estas
líneas.
Hoy,
al menos para mí, y sé que para Isabel también, es día de hogar, de reposo, de
tranquilidad. Fuera cae la lluvia, largamente esperada, como una bendición.
¡Qué bien se está en casa en días como estos! No son días de intemperie. Hoy
soy yo el que le dice a Isabel, “no sé cómo puedes”, como ella me dice a mí,
cuando me levanto temprano para ir a la montaña.
Y esta
es la primera experiencia del Camino. Le dice Dios a Abraham, “Sal de tu casa y
de la casa de tu padre y ve a la tierra que te mostraré”, y muchos años después
saca también a los israelitas de Egipto y los pone en camino hacia una tierra
que mana leche y miel. Y así a lo largo de toda la historia.
Sí, éste es el
mensaje de Dios desde el principio de la historia de la salvación. Sal de la
comodidad, de la seguridad, de tu espacio de confort y camina. Porque esa
comodidad, esa seguridad, ese confort, se convierten en esclavitud si nos
quedamos en ellos demasiado tiempo. Y Dios nos quiere libres.
Por eso, aunque no sepamos cómo, ni a veces por qué, hemos de hacerlo. El
primer paso, salir, ponerse en marcha. Luego aguantar el Camino, gozar del Camino.
Y finalmente, la Tierra Prometida, Santiago en este caso. Y la alegría íntima e
intensa que da el haber llegado, no tanto por el hecho de ya estar allí, sino
por todo lo vivido en el Camino, y por haber podido “salir un día de tu casa”.
Ojalá
descubran el sentido profundo de lo que estos días van a hacer. Ojalá descubran
en cada flecha del Camino una razón para seguir caminando, aunque como hoy, no
sea día de intemperie. Y ojalá sean capaces de llevar esta experiencia a su
vida.
¡Buen Camino
les deseo de todo corazón! ¡Que Dios les proteja! ¡Que la paz les acompañe! ¡Que
lleguen hasta el llanto, sin miedo y sin vergüenza, si la alegría ya no les
cabe en el pecho!
¡Que
Dios les bendiga!
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