Una de
las cosas que más me ha irritado siempre de la denominada, más bien
autodenominada, izquierda progresista, es su pavorosa superficialidad y su amor
por las “posturitas” políticamente correctas. ¡Cuánto daño han hecho y siguen
haciendo al verdadero socialismo y al auténtico progreso!
Recientemente
me sorprendió la señora Oltra anunciando una especie de cruzada contra el rosa
y el azul. Había que erradicar la identificación entre el color rosa y lo
femenino, y el azul y lo masculino. Había que acabar con las princesas rosa y
los príncipes azules. No sé muy bien por qué, pero parece ser que eso atentaba
contra la igualdad entre el hombre y la mujer. Además era un arquetipo sexista
que provocaba graves perturbaciones mentales en los niños, ¿y habría que decir
también niñas?, lo que luego derivaba en atroces discriminaciones hacia las
féminas y otros males semejantes.
¿Qué
queréis que os diga? Me pareció el planteamiento tan ridículo, tan pueril, tan de
imagen hueca, que me sonrojé. Me dio vergüenza ajena. Me supo mal que, una vez
más, dieran carnaza a quienes siguen pensando, aunque sea en su fuero interno,
que el lugar de la mujer es la cocina y su actitud, la sumisión. Estas tonterías
les dan motivos para reafirmarse en sus erróneos planteamientos y, hablando en
plata, descojonarse de ellos, y con razón.
Veo
dos errores garrafales en este planteamiento de la señora vicepresidenta. El
primero es ignorar la naturaleza y el segundo, quedarse en la corteza del
asunto.
Respecto
al primero, creo que en ese afán de igualdad, caen en un igualitarismo tan
tonto que da risa. El hombre y la mujer son diferentes física y
psicológicamente. ¡A Dios gracias! Pero esa diferencia, natural e inevitable,
no puede jamás justificar la superioridad de uno sobre el otro. Diferentes pero
con igual dignidad, con los mismos derechos.
Esta
es la clave. Derechos y dignidad idénticos, pero cada persona con su lugar propio
en el continuo entre la masculinidad y la feminidad. Y si en ese continuo, por
cuestiones biológicas o culturales, o ambas, las niñas prefieren el rosa y los
niños el azul, las niñas las muñecas y los niños los camiones, ¿qué más da?
Conozco niños que juegan con muñecas y niñas con balones. Pues muy bien, ¿qué
pasa? No son estas cuestiones propias de la vicepresidente de la Generalitat
por muy consellera de igualdad y
políticas inclusivas que sea.
Sin
embargo, y éste es el segundo error, sí es asunto de tan dilecta señora, trabajar discreta pero eficazmente
para lograr la igualdad de oportunidades entre el hombre y la mujer en el
acceso al mundo laboral y a los cargos de responsabilidad, sin apoyarse en una
vergonzosa ley de paridad. Sí es asunto suyo trabajar por la igualdad de
salario en el desempeño de la misma tarea. También debe esforzarse por lograr la
eliminación del sexismo en la educación, en el deporte, en la publicidad, en el
ocio y la fiesta. Es tarea suya la plena conciliación de la maternidad con el
trabajo, la lucha contra la violencia en la pareja, tanto psicológica como
física y en ambos sentidos, y otras muchas cuestiones necesarias y todavía
pendientes. Y nada de esto es superficial.
Pero
el que los príncipes sean azules o a motas fucsia y las princesas color de rosa
o con guirnaldas caqui, no creo que sea cuestión de importancia, ni siquiera
que esté en la base de futuros comportamientos no deseables. Es una “posturita”
más, es andarse por las ramas, es coger el rábano por las hojas.
Es,
creo humildemente, hacer un flaco servicio a la seria, urgente y necesaria lucha por la
plena dignidad de la mujer y por su absoluta igualdad con el hombre, asumiendo, eso sí, las
naturales y hermosas diferencias entre unas y otros.
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