Con
esta foto y este poema de Antonio Machado, titulado Sol de invierno, quiero dar la bienvenida a la nueva estación. Ha entrado hoy, a las once horas y cuarenta y cuatro minutos.
Es mediodía. Un parque.
Invierno. Blancas sendas;
simétricos montículos
y ramas esqueléticas.
Bajo el invernadero,
naranjos en maceta,
y en su tonel, pintado
de verde, la palmera.
Un viejecillo dice,
para su capa vieja:
«¡El sol, esta hermosura
de sol!...» Los niños juegan.
El agua de la fuente
resbala, corre y sueña
lamiendo, casi muda,
la verdinosa piedra.
Recuerdo que este poemita lo estudié cuando era casi un
niño. No sé por qué, se me quedó grabado de tal manera que, para mí, los
parques en invierno, con sus niños, sus vejetes y su fuente, bañados todos por
un sol tibio, me trasladan inevitablemente a aquel momento en que mi infancia
empezaba a diluirse en la adolescencia.
Un día de este invierno, aprovechando las mieles de la
prejubilación, me sentaré en un parque, en un banco al sol, y leeré a Machado
mientras los niños juegan y los que ya lo fueron hace mucho tiempo, como yo,
charlan o piensan. No es difícil que haya una fuente, y que estén desnudas las
ramas de los árboles. Y llegaré al banco por una senda blanca, entre simétricos
montículos. Fácil es que haya una palmera, y naranjos a la intemperie; aquí no
necesitan invernadero.
Hacer vida la literatura puede ser una reconfortante y
honda experiencia. No sería ésta la primera vez. ¡Ya os contaré!
¡Feliz
invierno!
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