Me he
enterado esta mañana por la radio de que los franceses también tienen su rapero
indeseable. Un individuo que en sus canciones, por llamarlas de algún modo,
anima a la gente a que entren en las guarderías y maten bebés blancos, entre
otras lindezas; él es negro. Lógicamente le han denunciado y él, muy indignado,
se pregunta dónde está la libertad de expresión en Francia, aparte de dejar
bien claro que no es racista.
Si
hasta aquí la noticia resultaba cuanto menos turbadora, si no irritante, el
colofón final era impresionante. La derecha francesa, decía la periodista, ha
manifestado su indignación y repulsa. De la izquierda no ha dicho nada.
Sinceramente,
me he quedado “escuallao” que dicen por aquí, y en un primer momento no
entendía nada, pero pensando un poquito creo que lo he entendido todo.
Cuando
el individuo que alienta a matar bebés blancos dice que no es racista, puede
estar diciendo la verdad. De hecho creo que la dice. Nos está mostrando su
juego. Él no dice esas burradas porque las crea, sino porque con ellas consigue
a través de las justas denuncias de las autoridades, de la indignación de las
buenas gentes, y del impacto en los medios de comunicación, la publicidad
gratuita que le lleva a la fama y al dinero.
Por
otra parte, ampararse en la libertad de expresión no es más que puro cinismo,
algo así como el picante que le añadimos al plato. Escucharle ese planteamiento
irrita más todavía, y él lo sabe.
Pero
aún queda la guinda de la noticia. La derecha se indigna y protesta. ¿Y qué
dice la izquierda? Si la noticia no estaba sesgada por algún motivo oculto, el
silencio de la llamada izquierda sólo se puede entender desde la triste
perspectiva de que nadie pueda decirle que atenta contra la libertad de
expresión, por repugnante que resulten las canciones del individuo en cuestión. Tendría que asumir que la libertad de expresión tiene límites, y decir esto debe ser muy de derechas.
Sí, lo
entiendo todo. El rapero indeseable está utilizando los mecanismos de una
sociedad democrática para enriquecerse sin el más mínimo principio ético y sin
importarle las consecuencias que sus arengas puedan tener en mentes inmaduras o
enfermas, que haberlas haylas. Por eso insta a que maten bebés blancos pero que no es racista.
Y ante
esta conducta, aparte de inmoral, delictiva y punible, no hay una respuesta conjunta
y contundente de las fuerzas políticas, porque la llamada izquierda, no ya la
francesa, la europea, desde que cayó el marxismo se quedó sin un cuerpo
doctrinal sólido y coherente. Por esto, y como en el mundo actual la gestión
política de fondo, la importante, no admite demasiadas variaciones, para
diferenciarse de la llamada derecha, ha de adoptar posturitas tan falsas como
contradictorias, o silencios indignos. Luego va, resurge la llamada extrema
derecha y nos asustamos.
Sí, lo
entiendo, aunque preferiría no entenderlo, o mejor aún, no haberme enterado de
que en Europa hay quien se atreve a decir semejantes atrocidades, sólo para
ganar fama y dinero, sin estar al día siguiente de pronunciarlas en la cárcel.
Algo muy importante está fallando en Europa.
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