Igual aún se acuerdan. |
Me sorprendió un día de estos la noticia de que la justicia belga había denegado la extradición de un rapero que está haciendo fama y fortuna enalteciendo el terrorismo e injuriado a todo aquel que no es de su cuerda, entre otros al rey.
El
argumento para tal decisión es que el individuo en cuestión, cuyo nombre
prefiero ignorar, no ha cometido delito alguno, sino que simplemente está
haciendo uso de su libertad de expresión. ¡Y se quedan más anchos que largos!
Me he
tomado la molestia, desagradable por cierto, de leer algunas de sus canciones,
que no de escucharlas, y mi sorpresa se ha agrandado hasta convertirse en
estupefacción. No entiendo a los señores jueces belgas. ¡¡¡!!!¿¿¿??? ¡De
ninguna manera los entiendo!
La
libertad de expresión no es un derecho absoluto. Tiene sus límites. Y a mi
entender son límites muy claros y precisos. Cuando verbalmente agredo a
personas desde mi subjetividad personal, sin pruebas ni argumentos, o a
instituciones legítimas por haber sido establecidas democráticamente y seguir en democracia, no es
libertad de expresión, es violencia verbal.
Y la
violencia verbal es inadmisible por sí misma por el hecho de ser violencia, y
porque es el camino más rápido y directo a la violencia física. No olvidemos
que la palabra también se puede usar como arma, y a menudo así se ha hecho con
consecuencias devastadoras.
Consecuencias
que en este caso recaen, no sobre España, que también, sino sobre Europa que
se hunde en el abismo que supone la
relativización de valores y la arbitrariedad jurídica. Camino este por el que
el sueño de una Europa unida se esfuma irremediablemente.
Y si a
esto unimos el flaco servicio que la justicia belga con el asunto del conflicto
catalán están haciendo a la democracia española y a la propia Unión Europea, he
llegado a pensar, medio en broma medio en serio, si todo esto no será la
memoria histórica de esta gente que aún no ha superado (de eso aquí sabemos
mucho, el rapero también) los desaguisados que nuestros Tercios pudieron hacer en Flandes cuando
éramos los dueños del mundo. ¡Quién sabe!
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