Amigo
Juan:
La
vida une a veces en el tiempo momentos bien diferentes. Este domingo,
celebrábamos con alegría tu entrada como párroco en la parroquia de Nuestra
Señora del Rosario del Cañamelar. Ahora vengo de asistir al entierro de la
madre de un alumno del cole de dieciséis años, Joel.
Cuando
salíamos de misa hemos visto cómo estaban allí todos sus compañeros, acompañándole, esperándole. A sus dieciséis años esperaban darle un abrazo probablemente bien diferente al que hasta ahora
han podido haberle dado.
La escena
me ha impresionado, y dentro del dolor y la tristeza del momento, me ha
gustado. Y me han venido a la mente de un modo muy vivo tus palabras al final de
la misa del domingo.
Dijiste
que sentías tu misión como la de Juan Bautista, tú también te llamas Juan
Bautista, y te ordenaste el día de san Juan Bautista, la de preparar el camino
al Señor.
¡Preparar
el camino al Señor! Y he visto a todos esos chicos y chicas, jóvenes, muy jóvenes,
enfrentados ante el hecho rotundo de la muerte, viviendo cada uno la experiencia
como mejor puede, y haciéndose muchas preguntas a las que no encontrarán
respuesta.
Y
preparar en cada uno de ellos el camino para que pueda llegar a ellos el Señor
y darle así respuesta a sus preguntas, valor ante sus miedos, esperanza en la
desesperación y sentido en el sinsentido es, tú lo dijiste, una de tus misiones en tu nueva
parroquia, quizá la más importante.
Y no
sólo a los jóvenes. A los niños, a los adultos, a los ancianos. Todos
necesitamos que nos ayuden a preparar en nuestra vida el camino al Señor, para
que pueda entrar en ella y darle así sentido y plenitud. ¡Que faena tan grande, tan difícil y tan bonita!
Cuando
hoy en la lectura de la misa el sacerdote ha leído ese texto tan hermoso del Apocalipsis en el que nos habla de la
nueva Jerusalén, en la que ya no habrá ni muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor,
pensaba qué diferente puede ser nuestra vida si de verdad creemos en eso,
aunque sea un poco, aunque sea en medio de la duda, aunque sea al borde de caer en la angustiosa creencia de que todo eso no es más que una
invención humana para defendernos del horror al vacío y a la nada; aunque sea al borde de no creer que habrá un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva.
Y
pensaba también en ese grupo de chavales, esperando al amigo, bajo la tormenta que se avecinaba; chicos y chicas que han sido alumnos míos, que necesitarán
que ahora alguien les recuerde que sí hay, que sí habrá un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva. Que le diga a Joel que desde allí, la mamá le sigue queriendo con toda su alma. Lo intentaremos hacer en el pueblo del que fuiste
vicario; tú allí también lo hiciste. Ahora lo vas a hacer en tu parroquia.
Un
abrazo, y que Dios te acompañe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario