Llamome
la atención el titular de una noticia que leí en El País digital el otro día.
Decía que unos señores se habían liados a mamporros con un joven que en un tren
escuchaba música con un altavoz. Y adjuntaba un vídeo que alguien hizo del
incidente.
No leí
más. No quise para no enfadarme, porque probablemente el bueno de esta película
sería el pobre e inocente jovenzuelo. Y no estoy de acuerdo. Para nada estoy de
acuerdo.
Vaya
por delante que una respuesta violenta como la que vi en el video no la apruebo
en modo alguno, pero fue la respuesta a un estímulo del todo intolerable. No se
puede consentir que nadie ponga en un lugar público, como es un tren, la música
que le plazca. ¡Que se hubiera puesto cascos, que para eso están!
El
comportamiento del chaval es de una absoluta falta de educación y de respeto; de un egocentrismo apabullante. Más aún, me parece un comportamiento violento
en la medida que impone a los demás pasajeros del tren su música que a buen
seguro no era la de muchos de ellos.
Y a un
acto violento una respuesta violenta. Dicen que donde las dan las toman. Pues
eso. Mal camino ¿verdad?
Y es
que a lo mejor, tendríamos que volver, primero en casa y luego en el cole, a
eso de la urbanidad. ¡Vamos! Del respeto a los demás, porque mi libertad acaba
donde empiezan las narices del vecino, y esto, que es obvio, hay demasiada
gente que no lo sabe.
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