Me
enteré ayer de un dato que da que pensar. El diccionario de la lengua española
de la RAE recibió el año pasado más de mil millones de consultas. Sí, mil
millones, que se dice pronto. Y eso me alegra mucho, y me enorgullece. ¡Qué
vivo está el castellano o español, que de ambas formas se le llama!
Y
también me hace pensar que, por motivos ajenos del todo a la lengua y la
cultura, en demasiados rincones de la tierra que le vio nacer, está hoy en día
poco menos que perseguido, excluido, prácticamente prohibido.
Y que
generaciones de niños y jóvenes tienen vetado el poder estudiar en una lengua
que hablan más de 580 millones de personas, que es idioma oficial en 21 países,
que tiene una literatura inmensa, y la riqueza incalculable que le da el hecho
de ser hablada por gentes muy diversas durante siglos. Y eso es robarles un
tesoro al que tienen todo el derecho del mundo.
Es
patético ver cómo a golpe de decreto intentan “poner puertas al campo” desde el
revanchismo ideológico, el chovinismo cultural y la necedad sin límites. Porque
ese no es el camino. El bilingüismo real es enriquecedor y posible, el
impuesto es totalitarismo puro y duro, y nunca llega a buen puerto, porque al
final, la gente habla, lee y escribe en la lengua que le da la gana. Y está en
su derecho. Lograrán un bilingüismo oficial, pero no real.
La
gente pasará por el aro hablando en la lengua que les imponen cuando no tengan
más remedio, pero cuando se sepan libres, hablarán su lengua, la suya, no la
impuesta que nunca harán suya. La historia nos enseña esto. ¿Por qué repetirla?
Esto
es lo que he pensado al hilo de los mil millones. Y más cosas que me callo.
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