Hay
poemas explícitos, claros, directos. Otros que no lo son, al menos a primera
vista, pero que si encontramos o nos dan la clave para entrar en ellos, se
despliegan ante nosotros en toda su profundidad y su belleza. Esa experiencia
es bonita; mil veces he visto resplandecer la cara de mis alumnos cuando la han
vivido. Es la alegría de descubrir lo que nos estaba oculto.
Os
propongo vivir esta experiencia con un conocido poema de Lorca. Leedlo primero.
La
luna vino a la fragua
con su
polisón de nardos.
El
niño la mira mira.
El
niño la está mirando.
En el
aire conmovido
mueve
la luna sus brazos
y
enseña, lúbrica y pura,
sus
senos de duro estaño.
Huye
luna, luna, luna.
Si
vinieran los gitanos,
harían
con tu corazón
collares
y anillos blancos.
Niño
déjame que baile.
Cuando
vengan los gitanos,
te
encontrarán sobre el yunque
con
los ojillos cerrados.
Huye
luna, luna, luna,
que ya
siento sus caballos.
Niño
déjame, no pises,
mi
blancor almidonado.
El
jinete se acercaba
tocando
el tambor del llano.
Dentro
de la fragua el niño,
tiene
los ojos cerrados.
Por el
olivar venían,
bronce
y sueño, los gitanos.
Las
cabezas levantadas
y los
ojos entornados.
¡Cómo
canta la zumaya,
ay
como canta en el árbol!
Por el
cielo va la luna
con el
niño de la mano.
Dentro
de la fragua lloran,
dando
gritos, los gitanos.
El
aire la vela, vela.
el
aire la está velando.
Si no
conocéis el poema es posible que no entendáis de qué va. Suena bien, pero no lo
entiendo, podéis pensar. Pero si os digo que nos relata la muerte de un niño
gitano y os doy algunas claves, podréis volver a leerlo y diréis ¡claro! eso
es. Podéis leerlo ahora o después de que os dé esas claves.
Estas son.
La luna es la muerte que va a por el niño que está solo y se rebela contra ella amenazándole incluso con que la matarán los suyos. (Huye luna, luna, luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos).
La luna, delicada pero impasible, le insiste. (Niño déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados).
El niño sigue resistiéndose. (Huye luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. Niño déjame, no pises, mi blancor almidonado).
Pero aunque corren a socorrer al niño no llegan a tiempo. (¡Cómo canta la zumaya, ay como canta en el árbol! Por el cielo va la luna con el niño de la mano).
El final del poema es evidente, no
necesita comentarios.
Creo
que ahora, si volvéis a leer el poema, podréis vivir la experiencia de ahora
sí, ahora sí lo entiendo. Y eso es muy bonito. Pero aun así no habremos pasado
de la superficie, porque la complejidad, la perfección y la profundidad del
poema son abrumadoras. Queda mucho por descubrir en él.
Comentarlo
se me ha ocurrido esta tarde, cuando fotografiaba la luna desde la terraza de
mi casa. Una hermosa luna de primavera que mañana será llena.
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