FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

miércoles, 3 de marzo de 2021

Mi historia con el Balaitús. Primera parte.

En rojo, el itinerario que seguí por la Gran Diagonal visto desde el pico Arriel.

Es el Balaitús, de 3144 metros, el primer tresmil de los Pirineos viniendo por el oeste. Montaña impresionante, bellísima, tiene para mí, y sé que para mucha gente, connotaciones muy especiales. La he ascendido cuatro veces, y en tres no he podido alcanzar la cima. En siete ocasiones pues he subido por el valle del río Aguas Limpias rumbo al Balaitús.

En la primera fue el mal tiempo el que en la brecha Latour nos echó atrás. En la segunda fue el otro tiempo, el del reloj, el que nos hizo desistir; se hacía demasiado tarde.

Tras estos dos intentos, en agosto de 1988 estaba pasando los últimos días del verano en Sallent de Gállego con mis padres, cuando tras varios días tormentosos anunciaron buen tiempo justo para el que nos volvíamos ya a casa. No lo pensé dos veces. Como a medio día saldríamos hacia Valencia, decidí salir el día antes, después de cenar, para estar de regreso antes de comer.

Esa vez hice cumbre, ascendiendo por la llamada Gran Diagonal, pero fue una ascensión extraña. Remonté el valle de Aguas Limpias hacia los lagos de Arriel de noche cerrada. Poco antes del desvío hacia los lagos, una piedra que no vi, pero que oí, pasó rozándome a una velocidad endiablada. Un rato después, cerca ya de los lagos, volvió a suceder lo mismo. Esto me inquietó. Pero no iba a retroceder por ello. La noche era perfecta.

Una vez en Arriel decidí esperar a las primeras luces para seguir, pues no conocía el camino y de noche temía perderme. La mole del Balaitús, oscura, se recortaba contra un cielo en el que brillaban millones de estrellas. Me acurruqué entre unas rocas y pronto me dormí.

Despuntaba el alba cuando un sonido me despertó. No era el rumor del agua, lo único que se oía ahí arriba; era algo distinto. Miré hacia el lugar de donde provenía, el lago, y me pareció ver un resplandor. Me alegré, pues pensé que sería alguien acampado en la orilla que me podría dar indicaciones de la ruta a seguir.

Cogí la mochila y me dirigí hacia allí. No vi a nadie. Hice cima solo, y en ella estuve solo casi dos horas, contemplando sin cansarme el inmenso horizonte, bajo el cielo azul intenso de la altitud; y sólo bajé hasta el sendero de Respomuso, ya casi a mediodía, sin cruzarme con nadie.

Mis padres me esperaban en La Sarra. Y más feliz que una perdiz o una lombriz (cuando llueve), comimos en un restaurante de Panticosa. Aquel verano acabó con un broche oro, la ascensión al Balaitús, la primera, en solitario y con su puntito de misterio.

Lejos estaba de pensar lo que me aguardaba en esa montaña en años venideros. Pero de eso hablaré en otra entrada para no hacer esta demasiado larga.

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