En rojo, el itinerario que seguí por la Gran Diagonal visto desde el pico Arriel. |
Es el
Balaitús, de 3144 metros, el primer tresmil de los Pirineos viniendo por el oeste. Montaña
impresionante, bellísima, tiene para mí, y sé que para mucha gente,
connotaciones muy especiales. La he ascendido cuatro veces, y en tres no he
podido alcanzar la cima. En siete ocasiones pues he subido por el valle del río
Aguas Limpias rumbo al Balaitús.
En la
primera fue el mal tiempo el que en la brecha Latour nos echó atrás. En la
segunda fue el otro tiempo, el del reloj, el que nos hizo desistir; se hacía
demasiado tarde. Tras estos dos intentos, en agosto de 1988 estaba pasando los últimos días del verano en
Sallent de Gállego con mis padres, cuando tras varios días tormentosos
anunciaron buen tiempo justo para el que nos volvíamos ya a casa. No lo pensé
dos veces. Como a medio día saldríamos hacia Valencia, decidí salir el día
antes, después de cenar, para estar de regreso antes de comer. Esa
vez hice cumbre, ascendiendo por la llamada Gran Diagonal, pero fue una
ascensión extraña. Remonté el valle de Aguas Limpias hacia los lagos de Arriel
de noche cerrada. Poco antes del desvío hacia los lagos, una piedra que no vi,
pero que oí, pasó rozándome a una velocidad endiablada. Un rato después, cerca
ya de los lagos, volvió a suceder lo mismo. Esto me inquietó. Pero no iba a
retroceder por ello. La noche era perfecta. Una
vez en Arriel decidí esperar a las primeras luces para seguir, pues no conocía
el camino y de noche temía perderme. La mole del Balaitús, oscura, se recortaba
contra un cielo en el que brillaban millones de estrellas. Me acurruqué entre
unas rocas y pronto me dormí. Despuntaba
el alba cuando un sonido me despertó. No era el rumor del agua, lo único que se
oía ahí arriba; era algo distinto. Miré hacia el lugar de donde provenía, el
lago, y me pareció ver un resplandor. Me alegré, pues pensé que sería alguien
acampado en la orilla que me podría dar indicaciones de la ruta a seguir. Cogí
la mochila y me dirigí hacia allí. No vi a nadie. Hice cima solo, y en ella estuve
solo casi dos horas, contemplando sin cansarme el inmenso horizonte, bajo el cielo azul intenso de la altitud; y sólo bajé hasta el
sendero de Respomuso, ya casi a mediodía, sin cruzarme con nadie. Mis
padres me esperaban en La Sarra. Y más feliz que una perdiz o una lombriz
(cuando llueve), comimos en un restaurante de Panticosa. Aquel verano acabó con
un broche oro, la ascensión al Balaitús, la primera, en solitario y con su puntito de misterio. Lejos
estaba de pensar lo que me aguardaba en esa montaña en años venideros. Pero de
eso hablaré en otra entrada para no hacer esta demasiado larga. |
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