Hace
ya casi un año que, caminando por la sierra un amigo y yo, se nos unió un perro
que no sabemos de dónde salió, y que nos acompañó todo el resto de la
excursión, más de 20 kilómetros.
Bonito,
de aspecto saludable, inquieto, vivaracho, fue un excelente compañero
inesperado. Iba con nosotros como si fuera nuestro. No nos perdía de vista, no
agobiaba, no ladraba. Una delicia de perro. Nos supo mal abandonarlo allí, al
final de nuestra ruta, ya casi de noche, cuando llegamos al coche que habíamos
dejado junto a un camino, lejos de donde se nos unió. ¿Pero qué podíamos hacer?
Llevaba collar, era de alguien y se vino con nosotros porque quiso.
Hoy he
vuelto a pasar por el mismo sitio donde se nos unió y ha vuelto a aparecer. No
sé de dónde, pero corriendo y saltando, creo que de alegría, se ha venido
conmigo. En esta ocasión iba yo solo.
Y ha sido como
la primera vez, pero más. Pienso que igual que yo lo he reconocido, él me ha
reconocido a mí, y hemos caminado juntos, desde el principio, como si fuera mi perro de toda la
vida. Casi 30 kilómetros y más de 1.100 metros de desnivel sin perderme de
vista.
En las
bifurcaciones de caminos y senderos se paraba y me miraba, esperando que le
dijera por dónde quería que ir. Un perro que nos ha salido por sorpresa de una
caseta, ha reculado en cuanto ha visto a mi acompañante que se ha situado entre
él y yo. He parado a comer, y él, sentado cerca, vigilaba atento en todas
direcciones. No me pedía nada, he sido yo quien le he dicho ¿quieres? Y le he
dado unas galletas que se ha comido la mar de a gusto.
Ya
estaba asombrado, pero mi asombro ha ido a más cuando al empezar a regresar me
he dado cuenta de que se ha situado delante de mí y me conducía. Ya no esperaba
en las bifurcaciones, cogía la ruta que le devolvía al lugar donde le he
encontrado. Se conoce a la perfección toda la red de pistas y senderos de la
zona.
Entonces
he pensado seguirle, pues la ruta que tenía pensada no volvía a pasar por donde nos habíamos encontrado.
Por un lado porque temía que me siguiera hasta el pueblo, donde había dejado
esta vez el coche, y eso quedaba muy lejos de donde imagino que tendrá su casa.
Y por otro para ver qué hacía; si se quedaba o me seguía hasta el final. Y ha
valido la pena, porque el desenlace de esta historia ha sido impresionante. Me
ha emocionado.
Ya era
casi de noche, y caminábamos juntos hacia el punto del camino donde me había encontrado por la mañana. Y en un momento determinado, me ha adelantado y se ha
parado frente a mí, mirándome fijo. ¿Se está despidiendo? He pensado. No puede
ser. Pero ha sido. Ha acercado la cabeza a mis piernas, rozándolas apenas. Y yo
le he dicho, ¿te despides? Cerca está tu casa, ¿no? Gracias por tu compañía,
amigo, mientras le acariciaba la cabeza.
Ha
sido tan breve como intenso. El animalito, sin prisa, se ha separado de mí, y andando por el medio del
camino se ha ido, mientras yo lo miraba perplejo, conmovido, feliz. Y así nos
hemos separado. Él en una dirección, yo en la contraria.
Aunque
parezca mentira esto es verdad. No es un cuento, aunque bien podría serlo. Es
una historia preciosa del encuentro en la soledad del monte entre un perro y un
hombre, y con un final que aún me cuesta de creer.
Se viene conmigo porque quiere, me cuida, me protege, no me pide nada a cambio, y se despide con una delicadeza y una ternura, conmovedoras.
No sé si volveré a verlo, pero ese
perro está ya para siempre en mi vida.
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