FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

jueves, 16 de diciembre de 2021

Una carrera contra el sol.


No soy nada competitivo. Recuerdo que desde niño no entendía a esos compañeros que se mataban por ser los primeros en todo. Con el tiempo descubrí que sí había una competición que me gustaba, la que establecía conmigo mismo. Por eso, el lema olímpico lo asumo desde esta perspectiva. Más rápido que yo mismo, más alto que yo mismo, más fuerte que yo mismo, mientras el cuerpo aguante, añado yo.

No es que desprecie a quienes empeñan la vida por una medalla, una copa o un premio. Es que no acabo de entender que realmente valga la pena, y nunca mejor dicho lo de pena. Pero lo respeto muchísimo. Cada uno vive la vida como puede, y después como quiere dentro de los límites de ese poder.

¿A qué viene esta reflexión? Pues a contar una competición en la que participé muy a gusto, y que acepté como un reto. Fue hace unos días; una carrera contra el sol.

Estaba en el fondo de un profundo barranco por el que discurre, entre paredes y pinares, el río Turia. Para volver al pueblo opté por tomar un sendero desconocido. Cuando me di cuenta, el sol ya estaba muy bajo, y se acercaba a la cresta de las montañas que tenía al sur.

Entendí entonces que no era prudente que me pillara la noche en un terreno desconocido y solitario. Barrancos profundos, soberbias paredes, densos pinares forman un conjunto impresionante pero en el que si te pierdes puede costarte mucho tiempo encontrar una salida.

Y la competición quedó establecida. Estaba yo en el límite entre el sol y la sombra que empezaba a subir por la montaña. Se trataba de salvar los 450 metros de desnivel al mismo ritmo que la sombra avanzaba. Tenía que subir tan deprisa como bajaba el sol.

Y esa competición, esa carrera contra la noche, sí que me gustó. Porque no me estaba midiendo con él, faltaba más, sino conmigo mismo. Y lo logré. Llegué a la loma desde la que ya se veía el pueblo, y a un camino conocido, justo cuando el sol se ponía.

Atrás y abajo quedaban los bosques y las paredes del cañón del Turia, ya oscuros. El horizonte malva y rosa al este, rojizo al oeste, parecía sostener la cúpula del cielo en el que la luna en cuarto creciente y las estrellas, empezaban a brillar.

Llegué de noche cerrada al pueblo, tranquilo y satisfecho. Y pensaba  que hubiera sido difícil salir de aquellos bosques en la oscuridad y el frío que ya me envolvían. 

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