Ahora
que se acercan las segundas vacaciones más largas del año en los colegios e institutos, puede ser un buen momento para compartir una reflexión y madurarla
durante estos días que se acercan. A alguien le puede servir.
El
asunto es tan espinoso como urgente, y yo creo tenerlo bastante claro. Hablo de
la disciplina en las aulas. Y no me equivoco si digo que va de mal en peor.
Pero
no es en los docentes en quienes estoy pensando, que también; hablo de los
alumnos. Porque soportar día tras día a esos pocos alumnos disruptivos que hay en cada clase (se dice
así elegantemente, se podría decir de otras formas más rotundas) va con la
profesión. Como quemarse un cocinero, o romperse la rodilla un futbolista
profesional; son gajes del oficio.
Pienso
en los compañeros que tienen que soportar a los disruptivos (seguiré siendo
fino) todos los días y todas las horas del día. Tiempo perdido, profesor
cabreado o claramente incómodo, broncas, castigos…, cuando no agresiones o
ninguneos de esos compañeros.
Y esto
no es justo. Es una injusticia que se produce todos los días en todos los
colegios e institutos. Porque si es obligación del sistema educativo atender
adecuadamente a esos alumnos, diré ahora difíciles, no puede hacerlo a base del
sacrificio de la gran mayoría a los que también tiene la obligación de
proteger.
Y esa
protección pasa necesariamente por apoyar a los docentes que han de bregar en
el aula, por dotar a los servicios psicopedagógicos de herramientas para
atender a estos niños, por reforzar la autoridad de los equipos directivos, y
por poner en su sitio a esos padres de “mi hijo no me engaña”, “es que no saben
tratarlo”, “es que le tienen manía” y demás sandeces propias de los que pasan
del niño y de los que lo sobreprotegen.
La
falta de apoyos efectivos a los centros para tratar adecuadamente a estos alumnos,
diré ahora complicados, unida a la burocratización y judicialización del
sistema, provoca la indefensión de sus compañeros, el agotamiento
de los docentes, una inmensa pérdida de tiempo en las aulas y un miedo
paralizante de los centros a los conflictos con los padres de estos niños y
adolescentes.
El resultado, ya lo he dicho, es una grave injusticia, que sufren sobre todo la gran mayoría de los niños y adolescentes. Así que la conclusión es muy sencilla. La disciplina
es justicia; lo mires por donde lo mires.
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