Una de
las muchas cosas que el maldito bicho está dejando bien claras es la capacidad
de las personas de hacer las cosas bien y también de hacerlas mal, muy mal,
radicalmente mal. Y así como el hacerlo bien beneficia a todos, el hacerlo mal
también perjudica a todos.
Y en
ello estamos, a las puertas de la Navidad. La lucha, antigua como el hombre,
entre el bien y el mal. Una lucha sin cuartel, porque los que lo están haciendo
bien sufren día a día las consecuencias de quienes lo hacen mal. Y no hay
tregua.
Por
una parte, la gente que pasa de las medidas de seguridad; el mundo del ocio
nocturno, fuente inagotable de contagios; las fiestas sociales y familiares de
demasiadas personas, peligrosas e innecesarias…, aliados con el virus, nos
ponen a todos en riesgo permanente.
Y por
otra parte, los médicos y sanitarios, cansados hasta el límite, viéndose venir
encima unas fiestas “inolvidables”, otras fiestas “inolvidables”. Y también la
gente que renuncia y se sacrifica, por ellos mismos y por los demás. Los que
iban a viajar y no viajarán; los que iban a celebrar mil cosas con los amigos,
y ni los verán; los que iban a asistir a fiestas, conciertos, eventos varios, y
no lo harán.
Y no
porque no tengan ganas, no porque no lo necesiten, no porque esta larga
historia los tenga ya al límite de su capacidad de aguantar frustración tras
frustración.
Sino porque
distinguen entre apetecer, querer y deber. Y aquí está el quid de la cuestión.
No es el tenerle miedo al virus o no. Es el saber que, aun no teniéndole miedo,
aunque me apetece y por lo tanto quiero, no lo hago.
Pero
esto, a la vista está, es muy difícil. Y no es que unos sean los buenos y otros
los malos. Es que, seamos como seamos, en estos tiempos que nos está
tocando vivir, nos alineamos, quizá sin darnos cuenta, en el lado del bien o en
el del mal. No cabe neutralidad. Y no es algo nuevo; millones de buenas
personas se han situado a menudo en el lado oscuro de la historia.
Y
pasarán las Navidades, y pasarán los meses y los años, y la pandemia se acabará
algún día, pero lo que no pasará es ese regusto amargo que deja el saber que,
cuando la ola viene alta, como ahora, los humanos somos incapaces de unirnos
como un solo hombre y plantarle cara. Y así nos va.
NOTA:
Y en medio de esta confrontación, los políticos, intentando satisfacer y
proteger a la vez, no hacen lo que deberían hacer. Y al final lo hacen tarde y
mal. Y de los jueces prefiero no hablar, simplemente porque demasiadas veces no los entiendo.
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