Este
poema, sin rima, es la expresión de una experiencia grata, reconfortante,
liberadora, mil veces vivida.
La tarde serena va cayendo
en la noche.
Las últimas luces tiñen de rosa
el poniente.
Es malva el cielo a levante,
y en el cénit
las primeras estrellas,
lejanísimas,
parecen tiritar de frío.
El caminante regresa
al hogar.
En el bosque ya reina
la noche.
Bulle la vida,
y el silencio se puebla
de secretos sonidos.
Algo huye del sendero,
un súbito aleteo sobresalta,
el ulular de la lechuza
resuena en la espesura.
Pero el caminante
no siente miedo.
El caminante retrasa
el paso.
Se funde con la noche fría,
con el bosque oscuro,
con el alto cielo,
ya estrellado,
con la vida tan hermosa
como secreta
que le envuelve.
Mas hay que regresar
a la tierra de los hombres.
Y sigue caminando
hasta ver, a lo lejos,
las luces del pueblo.
Y piensa,
“esto es bello, muy bello,
pero también lo es
el calor del hogar,
la compañía grata,
de aquellos que amo.
Los brazos abiertos
de aquella a quien
amo,
que junto al fuego me espera”.
Y se siente en paz.
J.Q.S.
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