Me enteré hace poco de un nuevo programa de la tele, que me llevó a la siguiente reflexión, que comparto con quien quiera leerla.
Yo nunca he
sido competitivo, creo. No le acabo de encontrar la gracia a eso de que los
míos o yo seamos más listos, más guapos, más fuertes y la tengamos…más larga
que los otros o el otro. No sé por qué, pero esto no me va.
En todo caso, entiendo la competición, en el terreno
del deporte, como juego que en su justa medida puede ser sano y educativo, pero
no más. Un juego que a veces mueve millones y levanta pasiones, pero que en el
fondo no es más que eso, un juego más o menos bonito.
La única competición que sí entiendo y que no veo
como juego sino como algo más, es la competición contra uno mismo. El afán de
superación, el ir más rápido, llegar más alto, ser más fuerte que yo mismo
ayer, sí que pienso que es mucho más que un juego. Es una forma de vida digna,
respetable y admirable. Y si como consecuencia de superarme a mí mismo, “gano”
a otros, ¡genial! Entonces sí, sí que le veo sentido al asunto. Mi verdadero
adversario soy yo, mi entrenamiento es para vencerme a mí. El vencer a
otros es…divertido, secundario, intrascendente.
Esto, como he dicho, en el terreno del deporte. Fuera
de él, la competición la veo, a menudo, no siempre, absurda, en muchas
ocasiones ridícula, como ridículos resultan esos niños que se lían a golpes y
empujones para ser los primeros en la fila.
Pero un terreno donde la competición me resultó
desagradable desde el primer momento, fue el de la cocina. Y veo que como se ha
puesto de moda va a más. De hecho, ahora ya no se trata de ver quién es el
mejor cocinero, sino qué madre fue mejor cocinera. Ya no peleo por mí, sino por
la madre que me parió, lo cual añadirá más morbo porque quizá remueva antiguos
traumas infantiles, complejos de Edipo y cosas por el estilo…¡El cocido de mi
madre es más “güeno” que el cocido de la tuya!¡Ahhhhhhh! ¡Jamás! responde el
otro, herido en lo más hondo de su tierna infancia. Y se apresura a meter en la
olla hirviente las pelotas, el nabo y los demás ingredientes debidamente
troceados.
Sé que todo esto le gusta a mucha gente, pero yo no
lo soporto. ¡No lo entiendo! A mí siempre me ha gustado la cocina. Y me ha
gustado porque me relaja, es creativa y me permite agasajar a mis amigos y
comer bien, cosa que me gusta sobremanera. De hecho, en este blog tengo una sección
dedicada a recetas.
Pero lo que nunca se me ocurrirá es plantearme que mi
mis recetas sean mejores o peores que otras. Son diferentes, y mi única
pretensión, cuando cocino, es que el plato me salga cada vez mejor y que las
personas con quienes lo comparto queden satisfechas; a lo sumo que me digan
¡qué bueno te ha salido! Y que yo lo disfrute también.
Pero bueno, es lo que hay. Desde que los americanos,
como siempre, se inventaron el “master chef” ese, la competición ha entrado de
lleno en el mundo de la cocina. Hasta a los niños han pringado. ¡Lástima! No
creo que ninguno de los grandes cocineros haya llegado a serlo por hacer
mejores croquetas que sus vecinos, sino por hacer cada vez mejores croquetas,
por hacer cada vez mejores sus croquetas.
Es como yo, humildemente, lo veo. Y sé que mi forma de
verlo no es ni la única, ni la mejor, ni la más inteligente, ni la mas sabia…Es
sólo una forma de verlo. La mía. ¡Que no estoy compitiendo!
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