Aprovechando estos días de descanso para, entre otros
placeres, charlar apaciblemente con los
amigos, acabamos ayer hablando, fíjate qué cosas, de la incoherencia que a modo
de placenta nos envuelve. Luego así salen los partos que salen, claro.
Y hablábamos de que uno de los problemas que tiene
nuestra sociedad, es la grave incoherencia moral que supone el que,
determinados comportamientos muy reprobables en el ámbito personal y social,
sean habituales y lo que es peor públicos, en el ámbito político.
Hay dos que nos parecían especialmente vergonzosos.
Uno es el del permanente enfrentamiento gobierno y oposición. Otro el del
confuso juego de las autonomías con el poder central y entre sí.
Nadie tacharía de comportamiento maduro y adecuado el
de una persona o grupo que sistemáticamente hiciera la contra a otra persona o
grupo, imposibilitando el acuerdo sistemáticamente. Diríamos que no están bien
de la cabeza, que tienen celos, envidias, diríamos que tienen comportamientos
infantiles…y más cosas, muchas más cosas a cada cual peor, y probablemente
tendríamos razón. Sin embargo, es eso lo que, desde que se acabaron los tiempos
del consenso, están haciendo gobierno y oposición. No se trata de lo mejor para
la sociedad, para el país, sino de lo contrario de lo que el gobierno de turno
diga y haga, buscando siempre lo que nos separa, minimizando lo que pueda
unirnos, no vayan a confundirnos con los otros. Es ese mecanismo típico del adolescente de hacer la contra a los demás para afianzar mi propia identidad.
En el adolescente está bien, es lo que toca, pero en el adolescente, no más.
Por otra parte, hablábamos también del espectáculo feo
de las autonomías, que elevan sin rebozo alguno la insolidaridad, incluso a la
categoría de ley si hace falta; es bochornoso. Yo soy más y mejor que tú, más trabajador, más
rico, más ”guay”; ¿por qué tengo que cargar contigo que eres indolente cuando
no perro, vago, maleante y además pobre?, ¿cuántas veces hemos oído un discurso
autonómico basado en la conciencia de superioridad y la insolidaridad? No
podemos marcar diferencias respecto a los demás desde la prepotencia y un ya
caduco, aunque siempre peligroso, orgullo de raza, ahora diríamos etnia, ¿no?
No podemos decir, como yo soy mejor, no tengo por qué cargar contigo,
apáñatelas. Esto llevado al terreno personal o social estaría muy, pero que muy
mal visto. Y con razón.
Lo más curioso del asunto es que luego, en los planes
de estudio, en los discursos oficiales, en los medios de comunicación, las
palabras acuerdo, consenso, igualdad, solidaridad, brillan a modo de amuletos
sagrados a los que todo el mundo rinde pleitesía. Y aquí está el problema.
Incoherencia radical entre lo que se predica con palabras y lo que en la
práctica, en el ámbito político, se hace día a día. Y además se hace sin disimulo,
sin vergüenza, como si los principios morales que orientan la vida privada y
social nada tuvieran que ver con los que rigen en la vida política.
Y esto nos pareció grave, muy grave.
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