Hoy hace nueve años de uno de los días más terribles
de la historia reciente de España. Aquel día, tras el impacto y el horror tan
próximo, me debatí entre no entender nada, o entenderlo todo demasiado.
Desde hace ya tiempo, y visto el devenir de los acontecimientos,
me inclino por entender todo lo que pasó demasiado bien. Y eso me desazona.
Aunque también sé que la historia pondrá las cosas en su sitio. Y eso me
tranquiliza.
Pero lo que sigo sin entender, es la politización
descarada del horror y el sufrimiento humano atroz y sin paliativos posibles.
Politización que ha llegado a nuestros días de muchas formas; la más sangrante
para mí, las dos asociaciones de víctimas. Dos. ¡Qué dos más doloroso!
No. Aquello no debió pasar jamás. Sobre aquello no se
puede construir nada. Aquello no debería haberse utilizado nunca para nada,
absolutamente para nada.
Aquello fue la injusticia absoluta, la desolación, la
tristeza sin consuelo, la rabia… Ante aquello solo cabe un profundo respeto. Y
para los creyentes la oración, aunque en golpes como aquel, la oración se
quiebre, se haga silencio, ante el silencio de Dios.
Respeto y silencio. Todo lo demás sobra.
Esto escribí hace un año, cuando se cumplían nueve
del 11 de marzo de 2004. Hoy, diez años después, una lucecita de esperanza:
habrá, en parte, un solo acto de homenaje y recuerdo. El tiempo, la historia que no es más
que tiempo reflexionado, parece que poquito a poco empieza a poner las cosas en
su sitio. ¡Pero queda tanto todavía!
Hoy, y así me gustaría que fuera, respeto y
silencio. Sólo respeto y silencio.
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