Yo tenía 20 años cuando murió Franco, 23 cuando voté
sí a la Constitución
y a la UCD de
Adolfo Suárez, 25 cuando salí a la calle con millones de personas para defender
la democracia, el día después del 23
F , y 26 cuando voté al PSOE de Felipe González…
Hasta ahí bien. Años llenos de esperanza, de ilusión,
también de indignación y rabia por la barbarie de ETA. Años en los que creía,
creíamos que el futuro estaba en nuestras manos y nos sentíamos actores de la
historia de España. Y lo éramos.
Era joven, y a la ilusión de la juventud se unió la
ilusión de una sociedad entera por salir de una vez del pozo en que el país
había caído hacía ya muchos, muchos años, según yo creo, desde la gran ocasión
perdida de las Cortes de Cádiz, en 1812.
Creí entonces que el consenso, demostrada su
eficacia, iba a ser principio básico en la vida política; que las autonomías
acabarían para siempre con el triste discurso de los nacionalismos radicales;
que las dos Españas, tan bien dibujadas por Antonio Machado, quedarían por fin
atrás, como un feo recuerdo; que la violencia, la de ETA y todas las demás
violencias, acabaría saliendo para siempre de nuestra tierra…Era joven. Era
ingenuo.
Hoy, a mis 58 años, recuerdo con nostalgia aquellos
tiempos. Y hoy, cuando Adolfo Suárez se apaga, no puedo menos que recordarle
con un gran respeto, una profunda admiración y mucho, muchísimo agradecimiento,
por lo que hizo, no sólo por un país que, como a Unamuno, a mí también me
duele, sino por mí mismo, por llenar mi juventud de ilusión y de esperanza.
Después de su magnífica obra, dimitió. Luego abandonó
la política. Pienso que era un hombre demasiado grande, demasiado libre,
demasiado honesto, para lo que luego iba a empezar a pasar.
No sé cómo viviría “desde la barrera”, el fin del
consenso tan duramente conseguido, el juego sucio de los nacionalismos
radicales, la repugnante insistencia en mantener abierta la vieja herida en
aras de la rentabilidad política, la politización del dolor causado por el
terrorismo. No sé cómo lo viviría, por eso pienso que la enfermedad que, desde
hace ya años, lo empezó a arrancar del mundo fue, en el fondo, compasiva.
Ahora se va, se va ya del todo. Quedará grabado su
nombre con letras de oro en la historia. Y será su recuerdo como una luz que
nos seguirá diciendo que es posible otra forma de hacer política, que es
posible servir a un país desde la honestidad, el respeto a la diversidad, el
diálogo, la búsqueda permanente de lo que nos une, que es en realidad casi
todo, desde la superación, que no el olvido, de la historia.
Su ya largo silencio y estas últimas horas,
quizá días, de su vida, nos están haciendo un último servicio, el de recordarnos
que se pueden hacer las cosas de otra manera. Él lo hizo.
Gracias, Adolfo Suárez.
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