Andaba yo comprando en un supermercado de La Eliana un día de estos,
cuando vi cómo dos niños de unos cinco años, parecían gemelos, correteaban
felices por los pasillos, dando graciosos gritos ululantes cuando se
encontraban por sorpresa y sorteando hábilmente a la gente y a los carros que
se interponían en su camino.
En un determinado momento escuche a la madre, joven y
de muy buen ver, que dijo textualmente “ya estoy enfadada, os lo voy a quitar
todo” y continuó con absoluta tranquilidad mirando las estanterías y cogiendo
los productos que introducía en su carro. Mientras los chiquillos seguían
correteando y gritando.
Para mi asombro, al poco tiempo volví a escuchar la
misma frase “ya estoy enfadada, os lo voy a quitar todo” y los niños siguieron
jugando y la madre comprando, al menos en apariencia, con absoluta
tranquilidad.
En el rato que estuve, unos quince minutos, lo dijo
siete veces, me tomé la molestia de contarlas, siete veces, y los “pitufos”
siguieron pasándoselo en grande recorriendo de punta a punta el pequeño
supermercado, amenizándolo con sus gritos y sus risas, mientras la madre seguía
comprando tan tranquila.
Le hubiera dicho a la señora, ¡Cállese leñe, cállese!
Porque no me molestaban los niños, sino esa especie de mantra absurdo “ya estoy
enfadada, os lo voy a quitar todo” que a parte de no significar nada, era
totalmente inoperante, porque en ningún momento pareció preocuparle de verdad
el juego de los niños. ¿Por qué lo decía?
Y además, ¿les va a quitar todo, todo? ¿Qué les va
quitar? En cualquier caso parece que la amenaza surtía poco efecto.
Los niños, a sus pocos añitos ya sabían que el enfado
de la mama da igual y que el no atender a las advertencias de su progenitora no
tiene consecuencia alguna, entre otras, porque la misma advertencia en sí es
absurda.
Me hizo gracia imaginar a la mama enfadada
quitándoselo todo a sus hijos al llegar a casa. Empezaría por los juguetes,
luego seguiría por la ropa, la comida, el agua, el aire… ¡pero claro, eso iría
contra los derechos humanos! ¿no? por lo que tendría que haberle dicho, que si
hacía con sus hijos lo que estaba diciendo,
me vería obligado a denunciarla a los servicios de protección del menor,
por lo menos, y de paso que si no lo hacía es que era tonta del culo, con todos
los respetos.
Moraleja: En educación cuando hablemos actuemos y si
no pensamos actuar, porque tenemos otras cosas que hacer, como comprar, por
ejemplo, calladitos estamos mucho más monos y aquella señora lo estaba. Y otra
moraleja, que lo que digamos tenga, por lo menos, sentido porque vamos, eso de
“os lo voy a quitar todo” tiene narices. ¡Valiente majadería!
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