Mi primer casco de escalada, aún lo conservo, en la cima del Monte Perdido. |
Más allá del aspecto comercial y a veces ñoño y
“pastelón” del Día de la Madre, puede haber, para quien quiera acercarse, otra
dimensión más honda que dé verdadero sentido a un día como éste.
Nuestra madre, es un hecho biológico, nos ha parido.
Bien, muy bien. Podemos decir que nos ha dado la vida. Y con la vida puede
habernos dado el amor y la libertad. O no, porque eso es mucho más difícil que parir.
Sí, darle al niño amor y libertad es
extraordinariamente difícil. Es difícil porque el amor, frecuentemente, se ve
infectado por la dependencia emocional, el miedo, que conducen a la posesión
del ser amado, ahogando así la libertad y descomponiendo el amor que acaba
convirtiéndose en triste y burda caricatura de lo que debería haber sido.
El verdadero amor se reconoce porque da libertad al
ser amado, le deja ser él mismo, lo impulsa al mundo, aunque luego la mamá no
se duerma hasta que el hijo llegue... Y además nunca se lo dirá.
Pues bien, en este primer domingo de mayo, quiero
acordarme de aquel mes de septiembre de hace ya muchos años, en el que mis
padres vinieron, sonrientes, a despedirme a la Estación del Norte.
Recién cumplida mi mayoría de edad, me fui solo, en tienda, sin móvil (no había
móviles entonces) nueve días a los Pirineos. Sólo sabían que estaba por la zona
del Monte Perdido, y el día en el que, al regreso, les llamaría desde Torla.
En aquel viaje que fue para mí un viaje iniciático al
mundo de las montañas, tuve tiempo de darme cuenta de la grandeza de aquel
gesto, lo que despertó en mí una gratitud que con el paso de los años ha ido
aumentando. Respetaron mi libertad, y por ese amor que te hace libre, que te da alas, que te
abre al mundo, vinieron a despedirme sonrientes. Sólo me dijeron ¡cuídate, por
favor!
Ahora pienso lo mal que lo pasarían. Ellos conocían los
riesgos; imagino cómo esperarían el día de la llamada, con cuántos pensamientos negros
tendrían que lidiar cada noche, a la espera del sueño.
Eso es dar junto a la vida, el amor y la libertad. Y
eso es lo que siempre he agradecido a mis padres y hoy, de un modo particular, a mi madre.
Gracias mamá por la vida, el amor y la libertad.
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