Cuando
uno sigue sin entender nada de los tejemanejes políticos y otras cuestiones, y los contempla atónito
con una mezcla de pasmo, miedo y cabreo, resulta reconfortante encontrarse con
escenas simpáticas, como la de la foto.
Estaba
en la pescadería cuando me llamó Isabel para que la viera. En el expositor de
verduras, un caracolillo comía apaciblemente una acelga, una "bleda", prueba evidente de que
eran frescas y venían del campo.
Allí
lo dejamos, a su faena, con la esperanza de que con toda la comida que allí
había, y los rincones donde esconderse, pueda crecer y ser feliz como mascota
secreta del centro comercial.
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