Un año
más vamos a asistir impotentes al triste espectáculo de ver a nuestros alumnos sumergidos
en el absurdo que supone esa macrofiesta al acabar 4º, y ese viaje masivo al
término de bachiller.
Ante
esto hay que dejar varias cosas muy claras. La primera es que los institutos
nada tienen que ver con estos montajes, aunque a veces los alumnos mientan
diciendo que es cosa del cole y haya padres que se traguen la bola.
En
segundo lugar hay que tener también claro que la organización de estos eventos corre a cargo de empresas privadas que obtienen de ellos sustanciosos
beneficios.
En
tercer lugar también hay que saber que las condiciones de traslado de los
chavales, en ocasiones, recuerda al trasporte de ganado. Yo he visto llenar un
autobús interurbano de alumnos de 4º. La mayoría de pie y lógicamente sin
cinturón de seguridad.
En
cuarto lugar es importante conocer la realidad de lo que allí hacen o pueden
hacer. Quien quiera creerse que son fiestas light, de música y
cocacola o fanta, es muy libre de creérselo. Incluso habrá algún padre de esos
de “mi hijo no me engaña” que se creerá que empiezan rezando el rosario y
acaban con un padrenuestro por las morsas de Madagascar, si el mozalbete así se
lo explica. Y no digo más porque a buen entendedor, pocas palabras bastan. Y a
mal entendedor para nada sirve hablarle.
Por
esto animo a que los padres se enfrenten sin miedo a sus hijos menores de edad
y les digan, ¡no, tú no vas a esa fiesta! Admiro a los papás que lo hacen. Admiro
a los pocos alumnos, los raros, que dicen, yo a eso no voy ¡Difícil y
valiente decisión para un alumno de 4º de secundaria!
Y con
los mayores de edad, poco pueden hacer los padres que no lo hayan hecho ya. Ahí
han de ser ellos, los jóvenes, los que decidan qué hacer con su vida. Por eso admiro a los pocos que al acabar bachiller se van a un concierto a alguna
ciudad más o menos lejana, se hacen una ruta en tren por Europa, o se montan un
viaje de aventura, mochila a la espalda, y no se hunden en ese quemadero de
dignidad y valores en el que se hunden casi todos.
Y yo,
como educador, que junto a mis compañeros he intentado enseñarles qué es la
verdadera libertad, hacerles conscientes de su dignidad; que he intentado
desarrollar su capacidad crítica y ayudarles a que encuentren un sentido a su
vida, siento en lo más hondo del alma verles caer en ese pozo de miseria y estupidez.
¡Qué
forma más triste de acabar la secundaria, de acabar el bachiller! ¡Qué
desolación como educadores! Es cierto que en la mayoría de los casos el asunto
acabará ahí, y no pasará nada. Pero, ¡qué triste acabar así!
Yo ya
no puedo hacer más de lo que he hecho. Ahora sólo me queda no pensarlo, no
pensarlos en esa fiesta estúpida al acabar 4º, ni en ese viaje absurdo al
acabar bachiller. No pensarlos allí, no imaginarlos allí, porque me duele. Y
esperar que salgan indemnes de una experiencia que ninguna falta les hace.
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