Cuenta
la leyenda que en el siglo XV, en un pueblo de Valencia, la hija de cinco años
de una familia adinerada vio, durante la misa, la imagen del niño Jesús en la hostia consagrada. Se confirmó el portento, y la niña creció en olor de santidad
en el seno de su familia.
Llegada
la edad casamentera el padre decidió darla por esposa a un rico labrador, y así
unir fortunas. La joven quería ingresar en un convento y aunque la madre apoyó
los deseos de su hija, el padre se opuso a ellos, y en aquellos tiempos mandaba
el padre.
Ante
esta situación, la joven, aprovechando que sus padres habían viajado a la
ciudad, se cortó el pelo, se vistió de chico, y marchó a un monasterio que había
en la montaña.
Pidió
allí asilo, y los monjes, tomándola por un muchacho abandonado, se lo dieron.
Pero ella, no queriendo vivir en la mentira, descubrió en confesión su verdadera
condición.
El
confesor no podía decir lo que sabía por el secreto de confesión, pero no podía
tampoco permitir que una mujer viviera en la comunidad, así que optó por
permitirle vivir en una cueva próxima y encargarle del rebaño del monasterio. Y
así, como un pastorcillo, vivió unos años, dedicándose a la oración mientras
apacentaba el rebaño.
Pero
un día le dijo a su confesor que quería vivir más profundamente su fe, y que
deseaba hacerlo como ermitaña, en una cueva situada en un alto risco que había
descubierto en la montaña.
Y allí
pasó cinco años, en soledad, dedicada a la oración y a la penitencia, hasta que
la noche del 25 de junio de 1428, vieron en la cresta de la montaña un extraño
resplandor. Allí vivía la ermitaña. Subieron y sintieron un aroma exquisito, y
el cuerpo sin vida de la muchacha, con un halo resplandeciente orlando su cabeza, al pie de una
tosca cruz de madera. Desveló entonces su verdadera identidad, y en ese momento,
sin que nadie las tocase, se inició un volteo de campanas en el monasterio que
duró toda la noche, hasta que al día siguiente la enterraron en la iglesia,
momento éste en el que se rompieron las campanas y el volteo cesó.
Y esta
es la leyenda. El pueblo es Moncada. El monasterio, la cartuja de Portaceli. La
muchacha, la venerable Inés, Inés de Moncada. Y la cueva en la que vivió sus
últimos años y murió, sigue estando en unos preciosos riscos de rodeno no muy
lejos del monasterio. Si algún día vais por allí, respetad el silencio y la paz
que en aquel rincón se respira; cuidad su belleza.
Ya
hablé en el blog, el 20 de abril de este año, de la excursión en la que me encontré con la cueva. Después descubrí la bonita leyenda que os he contado. Porque no es un
cuento, tampoco es historia, es leyenda, está en esa región mágica donde los
hechos reales se funden con los pensamientos y los sentimientos de los hombres.
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