Hacía
mucho tiempo que no salía de excursión con mis alumnos. Hoy lo he hecho. Hemos
ido a la Peña Cortada, entre Chelva y Calles, extraordinarios restos de un impresionante
acueducto romano cuyo origen, destino y trazado sigue siendo un misterio.
Hemos estudiado
en filosofía los pensamientos de Cicerón y Marco Aurelio y viajarán de fin de
curso a Roma. Esta visita es pues un elemento más para acercarles a nuestros
orígenes culturales, cuestión esta muy importante en los tiempos que corren.
La
excursión ha sido breve. Creo que todos nos hemos quedado con ganas de más. Y
no he podido evitar el pensar que antes, hace muchos años, era más fácil hacer
ese más. Mucho más fácil.
En
este aspecto las cosas no han ido a mejor. La libertad que yo sentía antes para
salir del aula con mis alumnos no la siento ahora. Y no es porque me he hecho
mayor, o porque ahora se porten peor; lo han hecho muy bien. Es porque a los
docentes nos han metido el miedo en el cuerpo por mil caminos distintos, y nos
han atado de pies y manos, dejando paso a la desconfianza, en una búsqueda desesperada de la seguridad en
detrimento de la libertad, la creatividad y la propia educación.
Y me
sabe mal, porque pienso que lo mismo que pude hacer antaño con mis alumnos,
sería impensable hacerlo ahora, y los de ahora, los de hoy mismo, no sólo lo
merecen también, sino que les podría hacer un gran bien.
No, no
avanzamos en todos los terrenos, ni mucho menos. Retrocedemos en muchos más de
los que parece. Lo de hoy ha sido como un fugaz regreso al pasado, un pasado
que sí fue mejor. Y me lo he pasado muy bien, aunque me ha quedado, por todo lo
dicho, un sabor agridulce.
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