El 29
de septiembre de 1974, fíjate el tiempo que hace, un cura navarro llamado Víctor Manuel Arbeloa escribió un
bonito texto titulado Breve felicitación en el día del bautizo. Lo publicó,
junto con otros textos, en un libro titulado Cantos de fiesta y lucha, libro
muy importante para mí, porque llegó a mis manos en plena adolescencia y me
ayudó mucho a entender y a profundizar en mi fe. Este texto, que no es tan breve, te lo regalo hoy, Sergio.
Te
advierto que he tenido que hacer algunos cambios, muy pocos. Por un lado para
adaptar el texto a los tiempos que corren. Por otro para adaptártelo a ti.
Como entrar en el río una tarde de verano,
o meterse en el mar a la grupa de las olas
y olvidar el cansancio, los miedos, los humos y los ruidos,
y dejarse llevar por la corriente tibia
como por la mano de la madre cuando niños,
o por los sueños después, cuando mayores...
así es bautizarse en la iglesia de Jesús,
tirarse al agua como Pedro al lago,
cuando un día encuentran nuestros ojos al Maestro.
Llegar por fin después de la carrera,
cansados de mirar, de oír, de preguntar buscando
por todas partes la verdad y la justicia,
la luz de todos, el aire siempre limpio,
el pan que sepa a bueno y a barato,
la belleza que no se rompe con los años,
la fuerza siempre viva, el buen humor
sin falta de champán o de mucho dinero...
Andar buscando de la ceca a la meca lo bueno y verdadero y
ver que pasa Jesús por el camino
y seguirle, y decir: «¡Aquí está aquello! ¡Aquel
que yo buscaba buscando desde siempre!».
Amigos, a esto se llama bautizarse en nombre de Jesús,
como lo hacían los cristianos de la hora primera:
chapuzarse en Jesús,
igual que en la corriente,
seguros de encontrar la gracia de la vida,
el descanso sin límites que prepare a la lucha,
la ternura que nadie nos regala,
la sensación de ser
más nuevos y más fuertes cada día.
Llevar hasta allí el montón de la miseria
para que el agua buena se lo lleve,
para quedarnos después igual que siempre hemos querido:
lo mejor de nosotros, lo que es regalo puro
de Dios y de los hombres.
Aquí estamos hoy bautizándonos,
para que un día nuestros hijos se bauticen,
aprendan de nosotros a tirarse
al agua del deporte y de la lucha,
sin miedo de la altura,
sin miedo de romperse la cabeza,
de quedarse en el aire o de ahogarse en el fondo.
Yo quisiera que entonces el agua esté más
clara, sea más deportiva la vida que hasta ahora;
que cada hombre recuerde la estampa de Jesús
como un espejo de luz y de alegría;
que todos se conozcan por el brillo de sus ojos
la risa de los labios y el perfume del alma,
y no por los sonoros apellidos,
el puesto de la empresa, la paga extraordinaria;
el precio de la última corbata,
o las ganas de robar
con mayor rapidez aún que hasta el presente.
Quisiera que tú, Sergio,
levantes la cabeza más alta que nosotros
y tengas menos miedo a la vida o la muerte,
te cueste mucho menos el sol y el solomillo,
y no te topes con un susto en cada esquina.
Bautizarte es optar sin miedo por Jesús,
por la vida total que Él nos anuncia,
por las rosas sin fin, por el monte más alto,
por la nieve más blanca, por el hombre feliz.
Aquí estamos retando a toda fuerza enemiga de la vida,
a ver quién puede más: Jesús liberador del mal y de la
muerte
o el fusil y la bomba, el dolor, el odio y la mentira;
el sucio confidente, pagado para hacernos
la vida más pequeña y más nerviosa,
o el grito de los hombres, que desean
comer los frutos del nuevo paraíso
para ser como dioses del cielo de esta tierra
y acabar resucitando hacia el Dios que nos aguarda.
Así que, amigos, compañeros, feligreses,
Sergio, hermano en la fe,
a no desesperarnos de que hoy es como ayer
y que quizá peor será mañana.
Eso es un solemne disparate.
Vamos hacia un futuro de flores y guitarras,
y si nos echan el agua o la palabra clara
sobre la cabeza,
no es para atontarnos,
sino para decirnos:
«¡Hala,
que hay que despabilarse y continuar
sin miedo hacia adelante!»
¡Que Dios te bendiga, Sergio!
Isabel y Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario