A veces, muchas, pienso que el mundo esta dividido en
dos mitades, la de los que joden y la de los que son jodidos, considerándome yo
generalmente parte de estos últimos. Por supuesto que hay excepciones a esta
regla, pero son eso, excepciones que confirman la regla. Y pido disculpas,de
antemano, por las veces que confirmando la regla, pueda haberme pasado a la otra
mitad; intentaré no hacerlo más, siempre lo intento.
Esto viene a cuento de lo que nos aconteció
recientemente en un hotel de Alcalá de Henares, aunque bien podría venir a
cuento de otras muchas y variopintas situaciones. Valga ésta como ejemplo.
El hotel estaba bien, limpio, bien situado, un punto
recoleto, personal amable…Pero resultó ser que fuimos agraciados con unos
vecinos de habitación de los de la otra parte.
Pasadas ampliamente las doce de la noche, la tele
seguía a toda marcha y el constante parloteo de los indeseables huéspedes tenía
el volumen propio de un medio día en un mercado. No sé a la hora que llegó el
silencio porque acabamos sumidos en esa desagradable duermevela propia de estos
casos. A las siete de la mañana cantaban en la ducha y habían reiniciado la
inacabable conversación, con risotadas incluidas, sin recato alguno.
Nos habíamos olvidado los tapones para los oídos, que
siempre llevamos detrás y la ametralladora con silenciador no era cuestión de
usarla; seguro que nos hubieran pillado. Dar unos golpecitos en la pared o
avisar a recepción para que nos dejaran dormir, me daba miedo, porque si lo
hacía y la respuesta no era el silencio inmediato, el nivel de adrenalina en mi
sangre subiría a límites peligrosos para la adecuada digestión del rabo de toro
y los callos a la madrileña que tan a gusto había cenado. Y si lo hacía por la
mañana, no los había contratado como despertadores, podía empezar el día peor
de lo que estaba empezando.
Y es que no hay derecho. Hay demasiada gente
convencida de que son el centro del universo, de que no existe nadie más que
ellos, de que pueden hacer siempre lo que quieren, cuando quieren y como
quieren sin plantearse jamás que hay otros, que existen los otros, y que tengo
la obligación de respetarlos. La obligación.
Estos indeseables individuos, probablemente ni eran
conscientes de lo que estaban haciendo. No eran conscientes de que estaban generando
una violencia contenida, porque tuve que contenerme las ganas de partirles la
cara. Y el problema es que siempre pasa lo mismo, medio planeta pisa al otro
medio. Y el medio planeta traga, aguanta, disculpa…y de vez en cuando pasan
cosas, ¡claro!
Sé que esto es un tema de educación, de cultura, de
valores. A mí, mis padres desde muy chiquitín me ensañaron a no arrastrar
muebles “porque bajo viven”, a no gritar “porque molestas”, o no poner la
música fuerte “porque el otro no tiene porque oír tu música”, a respetar al
otro “porque existe y tiene tus mismos derechos” a no ensuciar la calle o el
parque “porque es de todos”… Con estas mismas palabras, una y mil veces, y con
bronca cuando se me olvidaba, como debe ser.
A la vista de lo que veo y sufro por ahí, ¿cuántos
papás hay que no hacen esto? Muchos, demasiados. Unos por dejadez, otros por
“modernez”, otros porque ellos mismos son unos impresentables.
Y claro, así seguimos. Unos avasallando y otros aguantando.
Y tan felices los avasalladores. ¿Y los que aguantamos a tanto indeseable? Esto
es malo, es muy malo.
Por eso esta víspera de Reyes, pido a sus majestades,
Melchor, Gaspar y Baltasar que traigan, aparte de la lluvia, un poquito de
sentido común para todos, un poquito de “saber respetar”, sobre todo a los que
tienen la función natural o profesional de educar, para que eduquen a sus hijos, a sus alumnos, en el respeto a los demás, de tal modo que la mitad “jodedora” del mundo sea
cada vez más y más pequeñita. Y les pido también que a los que normalmente nos
toca aguantar nos traigan serenidad, capacidad de resistir y mucho sentido
común para que no hagamos lo que el cuerpo nos pide, porque si os dijera lo que
de verdad me pedía a mí el cuerpo aquella noche…
Pero ésta es la Noche de Reyes, otra noche. ¡Feliz noche!, ¡felices
y generosos Reyes!
Una mañana lluviosa en Madrid, acabada con un buen cocido, nos reconcilió con la humanidad. |
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