Ahora
que ha pasado un poco de tiempo y ha dejado de ser noticia creo que es el
momento de la reflexión serena y de extraer alguna enseñanza sobre lo sucedido.
Hablo
de lo acontecido en Burgos, en el barrio del Gamonal. De entrada, pienso que ha
sido triste y profundamente decepcionante, además de muy preocupante.
Muy
bien que un barrio se levante mayoritariamente contra la autoridad cuando
considera que ésta actúa contra sus intereses, siempre y cuando se hayan
agotado las vías ordinarias de negociación. Muy bien que salgan a la calle y se
manifiesten. Que muestren pancartas y griten consignas. Un día, y otro, y otro.
Muy bien.
Muy
mal que, aprovechando la coyuntura, se dé rienda suelta a la violencia que nos
produce la indignación que todos llevamos dentro, yo también, y que de esta
justa indignación se aprovechen individuos indeseables que, bajo el nombre de
grupos antisistema son los mejores aliados del sistema al desvirtuar cualquier
lucha justa, llevándola al terreno de la violencia con la sempiterna y pocas
veces cierta excusa, actualmente, de la
represión policial.
Las
manifestaciones solidarias en otras ciudades, acabadas en escaparates rotos,
contenedores quemados y mamporros a diestro siniestro y con la posterior
reclamación de que liberen a los “luchadores”, no es más que continuar por ese
camino que no va a ninguna parte, o mejor dicho a ninguna parte deseable.
Por
esto los hechos me han decepcionado y me ha entristecido que, una vez más, los
movimientos ciudadanos justos y razonables sean transformados en algaradas
callejeras, cuando no batallas campales, por los que queriendo atacar el sistema
lo robustecen de tal modo que a veces llego a pensar si no estarán, en el
fondo, promovidos por el propio sistema.
Y me
preocupa porque sé que el estado de derecho es frágil, más frágil de lo que
pensamos. Y muchas veces, se actúa sin la conciencia de esa fragilidad. Y eso
es una tremenda irresponsabilidad de consecuencias imprevisibles.
Todos,
o casi todos, tenemos motivos para estar
cabreados, ganas de liarnos a tortas. Yo por ejemplo, me liaría a tortas, muy a
gusto, con quienes han arruinado y siguen arruinando la educación en este país,
con quienes por su lamentable gestión han dejado grandes extensiones de mi
tierra hecha un desierto, con quienes me han puesto muy difícil hacer montaña
como a mí me gusta, forzándome a elegir entre ser montañero furtivo o estar
hacinado en un camping, con quienes siguen manipulando a la sociedad con el
cuento caduco, pero rentable aún en España, de las derechas e izquierdas, con
quienes…
Pero
me aguanto. Me aguanto, y conste que me cuesta, porque sé que por el camino de
la violencia el viaje es rápido y corto, pero no va a ningún sitio, y a veces
no tiene retorno. Y siempre genera dolor, dolor e injusticia. Siempre es más
doloroso e injusto que el dolor que queríamos curar, que la injusticia con la
que pretendíamos acabar.
Por
todo esto, no me ha gustado lo ocurrido en Burgos. Y podía haber sido bien
bonito. Hay que cambiar muchas cosas, cierto. Pero echándole imaginación al asunto, buscando nuevas formas, explorando nuevos caminos. El de la violencia es tan viejo, tan triste, tan estéril.
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