Hace ya algún tiempo me contaba una buena amiga,
maestra, que en el colegio donde trabaja
en Valencia, organizaron estas pasadas Navidades una visita a una residencia de
ancianos para cantar villancicos. Eran alumnos de 5º y 6º de primaria.
Cual fue su sorpresa cuando un grupo de padres
protestaron a dirección porque no querían que sus hijos “vieran” esas cosas,
viejos, enfermos, quizá algún impedido. Ni qué decir tiene que la visita se
realizó, salió muy bien, fue una bonita experiencia y que los niños que “no
debían ver esas cosas” no las vieron. Se quedaron en clase.
Hoy mismo, me ha contado otra maestra de otro
colegio, que también fueron a cantar a una residencia de ancianos hace poco
(aquí ningún padre protestó) y fue también todo muy bien, pero ocurrió una cosa
digna de mención que hizo que todo fuera mejor todavía.
Una de las ancianas lloraba emocionada al ver y
escuchar a los niños, solo Dios y ella sabrán por qué, y en un momento
determinado, uno de los chavales, sin previo aviso, salió del grupo y ni corto
ni perezoso se dirigió hacia ella y se fundieron ambos en un abrazo ante la
mirada perpleja y emocionada de todos los presentes. Los cantos arreciaron, y
la abuelita que lloraba, lloró aún más, pero abrazada a un niño.
Estas dos historias han colisionado frontalmente en
mi cerebrito. Y la rabia y la vergüenza ajena que me produjo la protesta a dirección
de aquellos padres, se ha profundizado llegando hasta lo más hondo, al pensar
en el daño que se puede hacer y se hace a los niños privándoles de experiencias
como éstas, vete tú a saber por qué.
¿Sobreprotección, superficialidad, gilipollez “tremens”…?
Además de falta de valores y sensibilidad, claro.
El problema es que esos señores también educan.
¿Educan, de verdad educan? Pero acabemos el articulito con la imagen del niño
abrazado a la anciana, según él dijo luego, porque estaba triste; con la imagen
de los compañeros que siguieron cantando; con el nudo en la garganta de muchos
de los que vivieron aquel hermoso momento.
Es una lástima privar a los niños de la experiencia de sentir, vivir y expresar emociones, al contemplar, simplemente, la obra del Creador, a nosotros mismos.
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