Me decía un amigo, que había llevado a su hijo al
médico del seguro por un pequeño problema. Remitido al especialista, éste le
hizo unas sencillas pruebas y concluyó que el tema no era grave y que se
solucionaría con el tiempo.
No tranquilo con el diagnóstico, por considerar la
atención recibida, digamos que un punto superficial, optó por rascarse el
bolsillo e ir a un especialista de pago y de prestigio, que para su asombro
hizo con el niño exactamente lo mismo que había hecho el especialista del
seguro, llegando a idéntico diagnóstico y eso sí, soplándole 100 euros por la
visita. Además tuvo que quedarle muy agradecido, ya que los honorarios
ascendían a 130, pero como el niño era tan simpático y se había portado tan
bien, le rebajaba amablemente 30.
Quitando el hecho cierto de que en medicina, como en
otras cosas, una segunda opinión suele ser útil y si es buena, tranquilizadora,
la historia es curiosa y me lleva a hacerme la presente reflexión.
En casos como éstos, ¿la tranquilidad nos viene de
que la segunda opinión coincide con la primera, o de que la segunda me ha
costado 100 euros y la primera era “gratis”, y pongo gratis entre comillas?
Sé que mi amigo se quedo tranquilo por la
coincidencia de diagnósticos, pero ¿siempre es así? No, creo que no.
Demasiadas veces valoramos los servicios o los
objetos, no por la calidad de éstos sino por su precio. Un médico caro es un
medico bueno, unos vaqueros caros son unos vaqueros buenos, un restaurante caro
es un restaurante bueno…
Sí, esto es verdad a veces, sí; pero sólo a veces.
¡Cuántas, cuantísimas no es así! Y es que en el tema del consumo, e incluyo los
servicios como algo que también consumimos, unos somos frecuentemente tontos
del haba y otros son unos “espabilaos” que le echan morro al asunto y viven tan
ricamente de nuestra tontería “hábica” (propia del haba).
No puede ser el precio el único criterio para consumir.
Un médico caro no tiene por qué ser mejor médico, un colegio caro no tiene por
que tener a los mejores profesores, una cazadora cara no es más “guay” por ser
cara, un restaurante caro no tiene necesariamente la mejor cocina y el mejor
servicio y entre un vino de 25 euros y uno de 150, ¿quién nota de verdad la
diferencia?; y si la hay ¿lo vale?
Es importante tener esto claro y educar a los niños
para que sean consumidores responsables e inteligentes. Para que no les tomen
el pelo. Y para que descubran y entiendan que, después de todo, lo más
importante en la vida, todo lo que le da sentido, todo lo que le da plenitud, todo
lo que la hace digna de ser vivida, no tiene precio. ¿De verdad que cuánto más
caro más bueno? No les llevéis por ese camino, los haréis unos pobres
desgraciados por mucho dinero que acaben teniendo.
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