Hace bastantes años, cuando, con pocos medios,
hacíamos “películas”, realizamos un montaje de vídeo sobre la carta que el Gran
Jefe Seattle escribió en 1855 al presidente de los Estados Unidos Franklin
Pierce.
En realidad, por los datos que he ido recogiendo, esa
carta no existió tal cual la podemos leer. Parece ser que un periodista recogió
de alguna manera lo que en un discurso dijo el Gran Jefe dándole forma.
Posteriormente se han sucedido varias versiones.
Pero esto es lo de menos. La carta en cuestión, creo
que sí recoge el espíritu y la forma de vivir y pensar de todos aquellos
pueblos que, a lo largo de la historia, han alcanzado y gozado de esa comunión
con la naturaleza de la que tan lejos estamos en nuestra sociedad. Y de
personas que, viviendo en entornos “civilizados”, echan de menos esa otra forma
de vivir, ya perdida, a la que sólo nos podemos acercar parcialmente y de vez
en cuando.
Actualmente se ha convertido en un alegato
ecologista, pero eso creo que la empobrece y pervierte, porque desgraciadamente
creo que el ecologismo ha sido fagocitado por el sistema convirtiéndolo en una
opción política más, a menudo contradictoria. Por eso pienso que esta carta no
puede ser patrimonio de una ideología sino de todos aquellos que aman y
respetan la naturaleza, no como lujo burgués o signo de militancia política,
sino como algo absolutamente necesario para su vida.
A continuación tenéis el texto de la carta y, pulsando
el enlace, el vídeo que hicimos. Curiosamente no he podido determinar la fecha
ya que no aparece por ninguna parte. Pero sé que ya hace mucho tiempo.
Somos parte de la tierra.
Nota: Este vídeo tiene poca calidad pues es la digitalización de un VHS viejecito. Además al subirlo a you tube me han toqueteado un poco la banda sonora por problemas de copyright, pero creo que se puede ver.
Nota: Este vídeo tiene poca calidad pues es la digitalización de un VHS viejecito. Además al subirlo a you tube me han toqueteado un poco la banda sonora por problemas de copyright, pero creo que se puede ver.
El Gran Jefe Blanco de Wáshington ha ordenado
hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha
enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta
gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a
considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá
venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de
Wáshington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que
espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis
palabras.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor
de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.
Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el
fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo.
Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra
de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en
la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles
lleva consigo la historia del piel roja.
Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de
origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se
olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos
parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son
nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros
hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del
cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Wáshington
manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran
Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. Él
será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a
considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta
tierra es sagrada para nosotros. Esta agua brillante que se escurre por los
riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros
antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es
sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo
sobre las aguas limpias de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de
la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.
Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed.
Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos
nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son
nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los
ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras
costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que
cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la
tierra aquello que necesita.
La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando
ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y
no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le
importa.
La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos
son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como
cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos
coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.
Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de
las suyas. Tal vez sea porque soy un
salvaje y no comprendo.
No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre
blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la
primavera o el batir las alas de un insecto. Más tal vez sea porque soy un
hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.
¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el
llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un
lago? Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave
murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento,
limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.
El aire es de mucho valor para el hombre piel roja,
pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre-
todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire
que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si
vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es
valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que
mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también
recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben
mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco
pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.
Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de
comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre
blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra
forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie,
abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy
un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro
puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente
para sobrevivir.
¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los
animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo
que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en
todo.
Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo
sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus
hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus
niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo
que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres
escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.
Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al
hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos:
todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una
unión en todo.
Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos
de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de
sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.
Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla
como él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible
que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que
el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean
poseer nuestra tierra; pero no es posible, Él es el Dios del hombre, y su
compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.
La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a
su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras
tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus propios
desechos.
Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán
intensamente iluminados por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y
por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre
piel roja.
Este destino es un misterio para nosotros, pues no
comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean
todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean impregnados del olor
de muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.
¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.
A continuación tenéis algunos fotogramas del vídeo.
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