Estas pasadas Navidades, en un breve viaje familiar a
Alcalá de Henares, una tarde fría y lluviosa tuvimos la ocasión de darnos un
baño de literatura. Y lo gocé.
Visitando la Universidad, sabíamos que estábamos pisando el
mismo suelo que Lope de Vega, Francisco de Quevedo, San Juan de la Cruz , San Juan de Ávila, San Ignacio de Loyola, Calderón
de la Barca y que otros grandes de nuestra literatura habían pisado en tiempos pasados. Y cuando
íbamos a entrar en el paraninfo, donde dan anualmente el premio Cervantes, nos
recibieron los nombres de Miguel Delibes, Jorge Guillén, Octavio Paz, Rafael
Alberti, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Alejo Carpentier…y estuvimos allí,
sentados en aquellos bancos, con un frío que pelaba, pero a gusto, muy a gusto
de compartir espacio, que no tiempo, ¡ojalá! con gente tan grande, con gente
que de algún modo han entrado en la inmortalidad.
Acostumbro a decir a mis alumnos de primero de
secundaria antes de empezar a hablarles de la literatura, que podemos
“comunicarnos con los muertos”, por eso de captar su atención, también. Unos creen que
voy de broma, otros piensan que creo en “esas cosas”, otros me miran raro, sin
saber qué pensar.
Enseguida se lo explico. Ellos, los escritores, se
comunican con nosotros, y de qué manera. Gracias a la literatura, más allá del
tiempo y del espacio, más allá de lo posible, nos hacen pensar y reflexionar como un buen
amigo, nos cuentan historias antes de dormir como el papá o la mamá, nos
deleitan con sus “batallitas” como el abuelo, nos hacen reír o llorar, en suma nos
hacen vivir en una dimensión distinta, una dimensión que rompe, como ya he
dicho, los límites de lo posible, porque precisamente el tiempo y el espacio
son esas cadenas que no podemos romper, excepto con la literatura.
Y creo que lo entienden. ¡Ojalá se atrevan a escucharles!
Por eso, cuando leía en los muros de aquella vieja
universidad tantos y tantos nombres, no eran para mí nombres muertos de hombres
muertos, porque cuando llegue a casa, y junto al fuego después de un día duro,
o antes de que me venza el sueño ya en la cama, coja en mis manos un libro de
cualquiera de ellos, alguien me hablará y yo le escucharé, y ese acto de
comunicación personal, íntimo, entrará en el reino del no tiempo, del no
espacio, en el reino de la eternidad y el infinito.
Fachada de la Universidad de Alcalá de Henares, una tarde gris y lluviosa de invierno. |
Claustro principal de la Universidad. |
Detalle del paraninfo, donde se realiza la entrega del Premio Cervantes. |
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